Una de las cosas que más me gusta en el mundo
es escribir. Escribir me hace sentir bien. Es, además, una posibilidad de
vinculación con los otros, los potenciales lectores. Si pienso en qué es
lo que esperaba de la literatura cuando sólo era lectora y en qué espero
ahora, cuando además de lectora soy escritora, podría decir que en ambos
casos la literatura me ha ayudado a vivir mejor. Más allá de que realmente
me gusta contar historias, creo que el trabajo literario no es tanto sobre
las historias sino sobre el lenguaje. Para mí las palabras y los libros
representan, como decía antes, la posibilidad de vincularme con los otros,
conmigo misma, con la historia, con el mundo, con lo más íntimo y cercano
y con lo más distante y universal, al mismo tiempo.
Nací en Sunchales, provincia de Santa Fe, y
allí viví hasta los diecisiete años, cuando vine a estudiar la carrera de
Letras a la ciudad de Santa Fe, adonde sigo viviendo. De chica, en mi
pueblo, recuerdo haber escrito algunas poesías sobre sapos (había una en
particular que se llamaba: “Pascual, el sapo intelectual”) y sobre
estrellas en el cielo. De adolescente -en mi pueblo también-, escribía
otras poesías que, en realidad, eran cartas para novios distantes pero
escritas en algo que, con mucha buena voluntad, podría llamar “prosa
poética”. Ya de adulta, retomé la escritura a partir de los treinta años y
escribí en un principio cuentos para chicos que fueron publicados en la
ciudad de Santa Fe. Después comencé a escribir otros cuentos, no sólo para
chicos, y poesías, que fueron publicados en editoriales de Rosario, Buenos
Aires, Córdoba y, en algunos casos, en México y en Madrid.
Además de escribir, doy clases en un
profesorado en el que estudian personas que quieren ser docentes y escribo
libros sobre la temática de la “formación de formadores” en relación con
la promoción de la lectura y la enseñanza de la lengua y la literatura,
como “¿Qué, cómo y para qué leer?”, “Taller de Lengua” y “Cómo elaborar
Proyectos Institucionales de Lectura”. A veces escribo notas en “El
Litoral”, que es el diario de Santa Fe, y también lo he hecho en “La
Capital”, que es el diario de Rosario.
Vivo en el Barrio Sur de Santa Fe
junto a mi familia, es decir, mi marido, Caco; mi hija, Lucía, y nuestros
gatos: Margarita, Morita y el Negro. Mi casa está cerca de un parque con
jacarandáes, palos borrachos y lapachos que florecen en distintas épocas
del año. En cuanto a mi vida cotidiana, mis rutinas tienen que ver con
vivir en una ciudad de provincia, con sus ritmos particulares: ir
la tarde a trabajar a la escuela, ver a mis amigos y familia, acompañar a
mi hija; cuando tengo tiempo: pasear por algunos lugares que me gustan
como el Parque del Sur (ese parque cubierto de lapachos que mencionaba
antes) y la Costanera sobre la laguna Setúbal, o sentarme en un bar estilo
vienés del centro, que fue una antigua confitería; estar en mi casa, leer,
escribir, ver películas, pasar los veranos en Sauce Viejo, un pueblo
cercano de la costa fluvial.
Recuerdo que cuando era chica leía de todo:
cuentos tradicionales, novelas de la colección “Robin Hood” como, por
ejemplo, la saga de Louise May Alcott a partir de “Mujercitas”, novelas
breves policiales que se publicaban en revistas, clásicos españoles que no
comprendía, variadísima literatura argentina, los libros de la biblioteca
de mi casa y de la de mis abuelos, y después los libros de la única
biblioteca pública que había en Sunchales, que se llamaba “Pedro Echagüe”
y funcionaba en una casa vieja cercana a la plaza. Además de leer, me
gustaba andar en bicicleta, jugar con mis amigas, sobre todo al Carnaval y
también, en las noches de verano, a juegos diversos en las anchas veredas
de mi barrio, y en las horas prohibidas de las siestas de verano. También
jugaba a la maestra, criaba gatos, iba al cine los sábados por la tarde y
en verano iba a la pileta del club Libertad.
Ahora que lo pienso, en la
actualidad no variaron tantas cuestiones: me sigue gustando leer, andar en
bicicleta y viajar (a veces, a lugares a los que con la bicicleta no
llegaría) y, claro, estar con mis amigas y mi familia. Como ya no vivo en
Sunchales, en el verano disfruto del río Coronda y del pueblo de Sauce
Viejo. También leo novelas y cuentos de temas, estilos, épocas y autores
diversos. Cuando tengo un estado de ánimo especial leo poesía con
continuidad; si no, normalmente, leo poesía de un modo fragmentario o más
bien discontinuo.
Si bien he publicado una novela para
adolescentes, “Alrededor de las fogatas”, y un libro de poesía, lo que más
me gusta escribir son cuentos y por eso tengo varios libros publicados
dentro de este género. Me gusta la sensación de fin próximo de los
cuentos, la brevedad, el tener que pensarlos como una “arquitectura”
acabada, en donde hay que tratar de que no haya ni una sola palabra de
menos ni de más (por supuesto, ¡eso pocas veces se logra!). Esto que diré
ahora no tiene que ver directamente, quizás, con la literatura para niños,
pero recuerdo haber leído que el escritor ruso Chéjov proponía esta
situación para un cuento: “Un hombre va al casino, gana una fortuna, se
suicida”. A lo largo de mi vida como lectora, éstos han sido muchas veces
los cuentos que me atraparon: los que rompen la lógica, los que evidencian
un conflicto que no está a la luz, y también aquéllos cuya tensión lleva a
leerlos de un tirón, casi desesperadamente. Al escribirlos, intento que la
tensión esté dada por alguna historia subterránea que se adivine para el
lector a través de los indicios o del clima; en el caso de los cuentos
para chicos, esa ruptura de la lógica estaría dada por el disparate y el
humor absurdo irrumpiendo en lo cotidiano.
Beatriz Actis
Especial para
7 Calderos Mágicos
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