“Pirata por correspondencia” |
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Beatriz Actis |
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El gran problema de Francisco Morganelli -conocido en el barrio El Paraíso de la ciudad boliviana de Santa Cruz de la Sierra como: “El Tardío”- era que el reloj de su vida atrasaba largamente. Había caminado, hablado, dejado los pañales y recibido el nacimiento de sus dientes mucho tiempo después que sus hermanos, primos y compañeros de la guardería y del jardín. Había terminado la escuela primaria con edad suficiente para ingresar a la mismísima carrera de Magisterio. Había tardado en descubrir su vocación, aquélla que le permitiría “labrarse un porvenir y convertirse en un hombre de bien”, según decía su padre (ya en ese momento, un señor mayor). Ahora bien: una vez que descubrió su verdadera vocación, nada en el mundo iba a impedir que concretara su sueño. Porque Francisco Morganelli no tenía dudas: ¡quería ser pirata!
* * * Bolivia, lo sabemos, tiene el lago Titicaca y, además, ríos importantes como el Pilcomayo, el Bermejo, el Madeira, el Desaguadero... Pero ¡lo que no tiene es mar! Ése fue, sin dudas, el segundo gran problema de Francisco Morgarelli. “No estoy ni en el momento ni en el lugar adecuados”, comprobó el buen hombre, apenado, pensando en qué difícil sería concretar sus nobles aspiraciones. Entonces, decidió tomar el timón del barco de su destino para llegar a buen puerto (pensó durante mucho tiempo aquella frase) e hizo un curso por correspondencia en la Escuela de Filibusteros: “¡Caribe ya!”. Eso sí, el estudio le llevó un poco más de tiempo del que había calculado. En efecto, una década después, Francisco Morganelli “El Tardío” se recibió de pirata tras aprobar todas las materias de su curso por correspondencia. Pero iba a resultarle muy dificultoso conseguir trabajo. Decidió entonces tomar algunas medidas: en primer lugar, acortó su nombre para convertirlo en otro que sonara más parecido al de un pirata y puso este aviso clasificado en el diario boliviano de mayor circulación:
Sin embargo, nadie respondió a un aviso tan atractivo como útil. “No hay derecho”, protestó Francis. Pero no se desalentó e hizo todo lo que detallaremos a continuación:·
“Todos los piratas tienen un lorito que habla en francés..”.. Pero la cotorra tenía innumerables caprichos que a Francis más de una vez lo sacaban de las casillas, por ejemplo:
Así se encontró Francis Morgan en un atardecer en la cocina de su casa: ya un señor en edad de jubilarse ¡y todavía no había empezado a trabajar!; solo, con la tortuga hibernando, el loro quejándose en francés, los libros de aventuras escondidos en el sótano, el gusto a limón en la boca... “Es hora de retirarme”, decidió (aunque nunca había comenzado). Se puso a pensar en su futuro, mientras con el bastón -ex pata de palo- sacaba una telaraña del techo: “¿A qué me podría dedicar, con todas mis aptitudes?”. Y así se le ocurrió, como en una marejada de ideas: ¡podía ser buzo, o biólogo marino, o estudiar la carrera de Oceanografía! Sacó una manzana de la frutera, la comió sin ningún remordimiento y exclamó con voz muy fuerte, tanto que despertó a Jacques Cousteau, aunque no le importó para nada: -“¡Esta vez sí lo voy a lograr!”. Y corrió a comprarse de inmediato un par de patas de rana. |
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Beatriz Actis |
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(Incluido en el libro “Náufragos y piratas”, colección La Flor de la Canela, Homo Sapiens Ediciones) |
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