-¡Eso es trampa!
¡Eres un tramposo Friolero! ¡No voy a jugar más contigo!-. Sarah está
furiosa con él y Friolero no acaba de comprender por qué.
Le pregunta qué
ocurre y ella calla. Tiene los brazos cruzados y una expresión de enorme
enfado en el rostro. El gigante tiene frío, un frío intenso que le
paraliza como una fiera que quisiera cazarlo, sin embargo Sarah no
parece notar el frío, lleva un vestido de tirantes y va descalza.
-Sarah, escucha-,
suplica Friolero preocupado. –Vamos a mi cueva, hace mucho frío y te
pondrás enferma.
-¿Frío?-, se burla
Sarah. –No hace frío gigante tonto, lo que ocurre es que te has olvidado
de quienes te quieren, por eso vuelves a tener frío como cuando te
conocimos.
Para Friolero es
como si le hubieran dado una bofetada. ¿Cómo puede creer Sarah que les
ha olvidado?
-No, no, no...-,
balbucea tendiéndole las manos. Sarah va desapareciendo en su lugar un
rostro de rasgos afilados y tremendamente arrugado, le escudriña de
cerca. Friolero da un respingo y el dueño del rostro se aparta ágilmente
a un lado.
Aturdido aun por
el sueño, el gigante intenta recordar qué ha ocurrido. Lentamente
recupera la memoria: su charla con el abuelo Bernardino, cuando se
despidió de Rodrigo, el frío intenso al caer la noche, la idea de que
echar una cabezada sobre la nieve estaría muy bien y luego nada. Desde
luego ya no está en la nieve, puede verla a través de la abertura de la
cueva sobre cuyo suelo está tumbado y allí dentro ruge un buen fuego que
mantiene el ambiente caldeado.
¿Cómo ha llegado
hasta allí? Recuerda el rostro que le observaba cuando despertó,
¿formaría parte del sueño? No, allí en un rincón, observándole con una
sonrisa de medio lado, hay un ser del tamaño de un niño pequeño con la
piel del color de una nuez e igual de arrugada. Parece un frágil anciano
aunque se mueve con gran agilidad y además, Friolero piensa que si ha
sido capaz de arrastrarle hasta allí él solo, debe de ser mucho más
fuerte de lo que parece.
Su pequeño
salvador se acerca a él llevando un caldero que ocupa sus dos brazos
¡Claro que para Friolero apenas tiene el tamaño de una taza! Del caldero
surge un aroma que le hace la boca agua, no sabe cuánto hace que está
inconsciente, pero tiene un hambre voraz.
El hombrecillo le
pone delante el caldero indicándole con un gesto que coma.
-Gracias- susurra
Friolero. -¿No come conmigo?
-Ya hemos comido
grandullón. ¡Oh sí! Lo hemos hecho hasta hartarnos, come tú y no temas
acabarlo, buena falta te hace.
Friolero mira con
sorpresa a su anfitrión, ¿a quién se referirá cuando dice: “Hemos
comido”? Él no ve a nadie más. Además, ¿cómo puede decirle que coma
hasta hartarse siendo él tan grande? El aroma procedente del caldero
puede más que sus dudas y decide comer, por poco que haya algo le
aliviará. Da un buen trago al caldo caliente y nota enseguida como su
estómago brama pidiendo más. Está exquisito, no sabría decir que lleva
pero no recuerda haber probado jamás algo tan sabroso. Deja el caldero
en el suelo con pesar, la pequeña ración apenas ha servido para
despertar su apetito.
El hombrecillo le
mira con curiosidad. -¿Qué ocurre grandote? ¿No te gusta el caldo que
hemos preparado?
-Es excelente-, se
apresura Friolero. –Si pudiera repetiría-, añade sin poder contenerse.
No es muy educado hablar así a quien te ha dado todo lo que tiene, sin
embargo Friolero está hambriento.
-Pues come, come
cuanto quieras y no temas acabarlo, que no lo conseguirás.
El hombrecillo le
señala el caldero y Friolero observa con asombro que vuelve a estar
repleto del caldo humeante. Tomar el calderote nuevo vaciándolo en unos
segundos. Se siente algo mejor, aunque si... Queda boquiabierto, no bien
ha dejado el caldero en el suelo este vuelve a estar lleno caldo.
Friolero decide que todo es bastante extraño, aunque ya pensará en eso
cuando haya saciado su hambre. Hasta treinta calderos repletos toma
Friolero y cuando deja el último sobre el suelo, está ahíto y el calor
recorre sus miembros como si en lugar de sangre, tuviera fuego en las
venas.
-Hacía mucho que
no sentía tanto frío, desde…-, el recuerdo de su primer encuentro con
los niños acude rápidamente. No sentía tanto frío desde que dejó de ser
el gigante solitario.
Vuelve la mirada
hacia el extraño ser que le ha salvado la vida, piensa que debería ser
más cortés y agradecerle todo lo que ha hecho por él. A fin de cuentas
le ha salvado la vida.
-Señor… No sé cómo
se llama, pero quiero agradecerle su amabilidad…- los aspavientos del
otro le detienen. Agita las manos como si estuviera rodeado de avispas
que quisieran picarle.
-Nosotros no
queremos tus gracias y tampoco somos señores, ni tenemos nombre. Somos
simplemente nosotros. Además, quizás te devuelva a la montaña si
resultas ser un impertinente-. Lo dice sonriendo pero los ojos grises
son fríos como un carámbano.
-¿Un impertinente?
No creo ser un impertinente. Si mi presencia te, mejor dicho, os
molesta, me marcharé.
-Eso grandullón,
lo decidiremos nosotros-.
Carámbano, que es
el nombre que Friolero ha decidido darle al extraño ser por su mirada
tan fría como el hielo, se acerca y posa su mano sobre el pecho del
gigante. Al igual que hiciera cuando Friolero estaba caído en la
montaña, queda callado con la cabeza ladeada. Parece escuchar aunque el
gigante sólo oye el silbido del viento.
-Vaya, vaya, eres
uno de la antigua raza. ¿Cuánto hacía que no veíamos a uno de los tuyos?
Friolero se
incorpora de un salto, ¡Seguramente Carámbano habla de su gente!
-No lo recordamos,
además ¿Qué importancia tiene? Todos pasan con la intención de no
volver-. Entonces su risa surge a carcajadas. No hay alegría en esa
risa. –Aunque algunos no cuentan con nuestra intención-, dice finalmente
con el gesto de repente serio.
-No os entiendo y
quisiera saber…
-Sí, sí-, le
interrumpe agitando de nuevo las manos como un loco. –Todos queréis
saber, pero aquí somos nosotros quienes hacemos las preguntas.
Friolero se siente
cada vez más incómodo. Ante el silencio de Carámbano que la ha dado la
espalda sumido al parecer, en sus pensamientos, decide callar. Tiene la
sensación de que puede acabar de nuevo en la nieve si el otro decide que
sí es un impertinente.
-Queremos saber
qué hacíais en la montaña.
Friolero piensa
durante unos segundos: si la respuesta que da no le satisface, sabe muy
bien que le echará fuera de la cueva, devuelta a la nieve. Decide de
todas formas, que la mejor de las respuestas es la verdad y así le
contesta. Su intención era hablarle sólo de sus padres y casi sin
querer, se encuentra contándole toda su historia: Desde por qué le
llaman Friolero, sobre sus primeros amigos, las aventuras en Barataria,
sus conversaciones con Rodrigo y por último, la leyenda que le contara
Bernardino y que le ha traído hasta aquí. Cuando acaba, observa que
Carámbano le ha dado la espalda y que esta le tiembla de una manera
extraña. ¿Se estará riendo de mí?, piensa Friolero algo irritado. Quizás
no se esté riendo piensa a continuación. Quizás esté… El otro se da la
vuelta de pronto y en su mirada hay algo extraño.
-De acuerdo
grandullón, vemos que no eres un impertinente. Permitiremos que sigáis
vuestro camino. Buscas a quienes son iguales a ti, entre ellos hallarás
afecto. Nosotros nos tenemos a nosotros y sólo somos iguales a nosotros
mismos-. Dicho esto, camina hacia el fondo de la cueva hasta perderse
entre las sombras que bailan con el fuego.
-Un momento-, le
llama Friolero.- ¿Os he contado mi vida y vosotros decís que ya está? A
una buena historia le corresponde otra-, concluye citando una frase de
Don Rodrigo.
Carámbano asoma la
cabeza con el ceño fruncido aunque parece más sorprendido que enfadado.
-¿Qué queréis de
nosotros grandullón? Os hemos devuelto la vida y la libertad para hacer
con ella lo que os venga en gana.
-Pues, pues…-,
Friolero piensa con rapidez, ¡De pronto no sabe qué decir! Cuando
Carámbano comienza a darle de nuevo la espalda le lanza lo primero que
le pasa por la cabeza.
-¿Cómo estáis tan
seguros de que no somos un impertinente?
-¿Lo sois?-, le
devuelve la pregunta entrecerrando los ojos.
-Vosotros decís
que no-, se apresura Friolero. –Aunque yo no puedo saberlo porque no sé
qué es un impertinente para vosotros.
-Ven-, le ordena
internándose de nuevo en las sombras del fondo de la cueva.
Friolero se pone
de pie y no deja de notar que a pesar de lo grande que es, no tiene que
agacharse en ningún momento. ¡La cueva es enorme! Al llegar a las
sombras nota que se abre hacia el interior de la montaña, la cueva
parece perderse en una oscuridad líquida y amenazante.
-Toma esto
grandullón, no creo que tu vista te valga de algo en las sombras-. Le
alarga una tea que Friolero ha de sujetar entre el índice y el pulgar,
sin embargo ofrece una luz extraordinaria que disipa las sombras.
Friolero desea que no fuera así. Preferiría no haber hecho pregunta
alguna. ¡Ojalá me hubiera marchado! piensa sobrecogido. Pero ya es
tarde, ante la fuerte luz que lleva en la mano, se abre una inmensa sala
cuyo final no alcanza a distinguir. La sala no está vacía: miles de
seres le observan. Hay cíclopes, trolls, trasgos, dragones,… A todos los
reconoce Friolero por las imágenes de los libros que le presta el señor
Maestro. Otros sin embargo, le resultan extraños y repulsivos. Seres de
aspecto terrible que conforman un ejército que hiela la sangre. Sin
embargo, las miradas están vacías, los miembros inmóviles y las
expresiones heladas van desde la sorpresa hasta el dolor.
-¿Qué les ha
ocurrido?-, musita el gigante temeroso de hablar en voz alta por si los
ocupantes de la horrible sala pudieran despertar.
-Son
impertinentes, grandullón.
-¿Qué les
ocurrió?-, repite Friolero. -¿Por qué están…así?
-La montaña,
grandullón. Desafiaron a la montaña y ella les derrotó. Luego los traigo
aquí para que nos hagan compañía-. Carámbano sonríe. –Aunque son
distintos y no muy buena compañía-, refunfuña al final.
-¿No los
salvasteis como a mí?
-En sus corazones
sólo había sitio para una palabra YO. Por mucho que busqué sólo hallé
esa palabra. Desafiaron a la montaña y olvidaron traer motivos para
vivir. Por eso murieron-. Carámbano encoge los hombros. Por eso nosotros
somos nosotros. Necesitamos motivos para vivir.
Friolero siente
una profunda tristeza al oír la explicación de Carámbano. No acababa de
entenderla muy bien, pero intuye que detrás hay algo terrible.
-No más
preguntas-, le advierte agitando una mano irritada. –Ya sabes lo que es
un impertinente. Quizás sí lo seas tú también-, añade con una sonrisa
maliciosa.
-No, no lo soy-,
responde Friolero lentamente. Ya no tiene miedo, sólo una profunda pena.
–Creo que ya amanece, lo mejor es que me marche.
Desde la lejana
boca de la cueva, se cuelan unos tímidos rayos de sol y al gigante no le
apetece que lleguen hasta el sombrío salón alumbrando aun más el
terrible espectáculo.
-Sí, sí. Ya nada
te detiene aquí. Tienes que intentar llegar al Paso de las Ventiscas
antes de que anochezca o quedarás de nuevo a merced de la montaña. No
siempre podré ayudarte.
Friolero frunce el
ceño pensativo. ¿Cómo ha podido olvidar el objeto de viaje? De hecho
estaba con la idea de volver al pueblo porque siente una añoranza enorme
por sus amigos.
-Quizás no sea el
momento más apropiado para mi viaje-, repone con lentitud. –quizás deba
dejarlo para el verano.
Además, piensa
quizás esté buscando lo que ya está perdido y me arriesgue a perder lo
que ya tengo.
-Sí, quizás debas
hacer eso grandullón. Toma algo de caldo antes de partir aunque no te
lleves el tazón.
Friolero asiente y
llena bien el estómago de nuevo antes de partir. El camino de vuelta y
más de día, será sencillo.
Cuando ha dado
unos pasos, se gira para despedirse de Carámbano. No hay nadie, ni
siquiera distingue la entrada a la cueva. Siente un poco de miedo y
aligera el paso. Tiene ganas, unas ganas enormes de llegar al pueblo
porque de pronto ha comenzado a notar un frío distinto al de la nieve.
Un frío como el que no conocía desde el verano de la Sequía. Sabe que
añora a sus amigos y que cuando esté con ellos el frío desaparecerá. |