FRIOLERO:

El gigante solitario

En las extensas Montañas del Hielo vive Friolero, el Gigante Solitario. Su hogar es una simple cueva de paredes desnudas y ásperas en el que siempre hay un fuego en marcha, no importa que sea invierno o verano. ¡Aunque hay que ver lo grande y poderoso que llega a ser en invierno!

Aparte del fuego, Friolero se abriga bien de los pies a la cabeza. Viste todo tipo de pieles y ropajes que ha ido reuniendo y además, se mete ramas, hojas y todo lo que tiene a mano debajo de las ropas. Cuenta también con una enorme marmita en la que siempre hierven caldos extraños que bebe de continuo porque tiene un miedo terrible a quedarse congelado. De su cueva sale poco, a por comida cuando le aprieta el hambre y poco más. Sabe que hay un pueblo en el valle cercano a las Montañas del Hielo, pero jamás se ha acercado. Los hombres le dan miedo y aunque no fuese así, jamás se arriesga a ir lejos de su cueva y por eso cree que en el pueblo no saben nada de él. Se equivoca. Su fuego le delata. De día el humo sube espeso y sinuoso y de noche el resplandor de las llamas hace gestos en la oscuridad como los de un malvado brujo, conjurando quién sabe qué.

Las gentes cuentan historias tenebrosas sobre el malvado gigante que vive en las montañas y a los niños se les dice que si se portan mal, se los llevará el gigante por la noche. Como suele ocurrir en estos casos, todos afirman que conocen a alguien que conoce a otro que tiene un amigo que fue atacado por el gigante o el de un niño al que se llevó y seguramente devoró o del pastor que perdió a todas sus ovejas y... En las noches frías hay que contar historias para combatir el aburrimiento y las del “gigante malvado” son las mejores. Pero lo cierto es que hasta el Verano de la Sequía, nadie había visto a Friolero más que en las sombras de los relatos.

Hace tanto calor que las Montañas del Hielo han perdido su corona de nieve. Incluso el poderoso Río Bravo, que creció hasta desbordarse con las nieves derretidas, ha menguado para convertirse en un mero hilo de agua y todos los peces, ranas e insectos que dependían de las aguas, han tenido que marcharse o morir. Tanta calor hace, que Friolero ha decidido dar un paseo. Sigue vistiendo sus pieles ¡Faltaría más!. Pero tiene que admitir que al sol se está bastante bien. Su paseo le lleva hasta  un pequeño bosque de árboles resecos que hay al pie de las montañas y desde allí, mientras vigila temeroso, una nubecilla que amenaza con tapar el sol, oye un sonido tan extraño que se le erizan todos los pelos del cuerpo. Piensa en dar la vuelta y correr a su cueva, aunque finalmente le vence la curiosidad y  decide acercarse, escondido entre los árboles, para averiguar el origen de esos aullidos y  gritos tan sobrecogedores.

Los niños juegan con una pelota de trapo. El juego es simple. Coges la pelota y corres hasta que un compañero consigue quitártela. Luego todos persiguen al nuevo amo del balón. Un buen motivo para correr y reír. Los gritos, risotadas y desafíos componen el barullo que tanto ha sobresaltado a Friolero. Desde detrás de un enorme árbol, asoma la cabezota y se queda fascinado. Sabe que son niños, aunque solitario, conoce algo del mundo que le rodea. Sin embargo, jamás los ha visto tan de cerca y lo más asombroso es que sólo visten pantalones cortos y una camiseta. ¡Algunos hasta se la han quitado y corretean con el pecho al aire!

Los niños siguen con su juego ajenos a Friolero, pero de repente Arturo -el de pelo negro y revuelto que trepa mejor que ninguno a los árboles- se detiene, olisquea con gesto torcido y señala a un compañero acusando a grito pelado:

-¡Pelayo se ha tirado un pedo! ¡Qué peste! ¡Se ha tirado un pedo y huele a podrido!-.

- ¡Ja!- bufa indignado Pelayo, el pecoso pelirrojo que corre más rápido que nadie. -¡Yo no me he tirado un pedo! ¡Has sido tú y huele como tú de mal!-.

-¿QUÉ DICES TROLERO? Yo no he sido. Has sido tú. ¡El que primero lo huele debajo lo tiene!-.

-Y ése eres tú, pero te lo has callado. ¡Eres un cerdo, gorrino y marrano!-.

-¡YO! ¡A que te doy! ¡A qué...! ¡Puagh! Te has  tirado otro. Huele asqueroso-.

-Sí huele asqueroso pero no hemos sido nosotros-. Es Sarah, la de coletas largas y  ojos rientes, quien señala al bosquecillo. -Yo creo que el olor viene de allí-.

Aunque Friolero se cree bien escondido, no lo está, su enorme cabezota asoma por detrás del tronco y claro, los niños le ven perfectamente.

-¡Alguien nos espía!-, exclama Genaro el de los dientes de conejo y pies grandes.

-¡Es un mon, mon, MONSTRUO!- balbucea Silvia la de risa fácil y orejas voladoras.

-¡Un oso peludo y horroroso!- chilla Arturo.

-¡UN TROLL GIGANTE!- berrea Sarah quien no ha visto un troll en su vida.

-¡AHHHHHHHHH!- gritan todos a una y se quedan paralizados de miedo abrazándose los unos a los otros sin atreverse a parpadear. Están como hipnotizados, igual que un ratón que se encuentra ante una serpiente, y no le quitan ojo a Friolero. Friolero también está asustado. Sale corriendo del bosque al oír lo que dicen los niños pensando que el gigante, troll, oso o lo que sea, se encuentra a sus espaldas y está a punto de atacarle. Cuando los niños ven a Friolero correr hacia ellos, su miedo se hace tan grande que caen como marionetas sin hilos. Ante ésto y a la vista de que quién ha asustado a los niños no puede ser otro más que él, el gigante se detiene muy triste creyendo que están muertos. Sin embargo, al acercarse ve que respiran por lo que se apresura a taparlos con ramas y arbustos para que no se enfríen.

-Pobrecitos- dice en voz alta. -Seguramente creyeron que yo era un monstruo a causa de lo desabrigados que van. Haré un fuego para que entren en calor-.

Dicho y hecho. Friolero siempre lleva lo necesario para prender un fuego porque nunca se sabe. Pronto, una gran fogata empieza a arder y los niños bien tapados con todo lo que Friolero les ha echado encima, sudan tanto que despiertan convencidos de encontrarse dentro del horno del gigante que piensa comérselos.

-¡Socorro! ¡Que nos come el gigante!-.

-¡Auxilio! ¡Nos quiere devorar!-.

-Nadie va a comeros- replica asombrado Friolero. -Y dejad de gritar que vais a darme dolor de cabeza-.

-¡Mentiroso!- acusa Sarah. -¡Pero si nos estás asando!-.

-¿Asando? ¿Yo?-.

-Sí, sí- lloriquea Silvia. -Mira que fuego tan grande has preparado-.

-Pero si eso es para que no paséis frío-.

-¿FRÍO?-, preguntan todos a una.

-Hace un calor de muerte- sentencia Arturo muy serio.

Se levantan lentamente, desconfiados, y se quitan todo lo que Friolero les ha echado encima. Luego se alejan del fuego sin dejar de observar al extraño gigante.

-¿Cómo puede ser que no tengáis frío? Casi no lleváis ropa-.

-No hace frío- dice Pelayo. -Hace más calor que nunca-.

-Pues yo tengo frío-, murmura Friolero y se arrebuja las pieles que lleva puestas. -Soy más grande que vosotros y más fuerte y tengo frío. Seguro que sois espíritus burlones del bosque y os queréis reír de mí-.

-¿Espíritus del bosque? Somos niños, vivimos en el pueblo y yo sé quién eres tú-, Genaro está entusiasmado.

-¡Tú eres el Gigante de las Montañas del Hielo! ¡Él que siempre tiene un fuego encendido! ¡Él que se come a los niños, a las ovejas, a...!-. Genaro se detiene y echa un vistazo a Friolero con sus pieles, su cara tristona de ojos húmedos y narizota goteante. Sí, es grande pero... -La verdad es que no tienes pinta de comerte a nadie- admite lentamente Genaro.

-Yo no como gente. Como raíces, verduras y frutas. ¡¡Gente!!-. Está indignado. ¿Cómo es posible que digan cosas tan terribles?.

-No entiendo como puedes tener tanto frío con el calor que hace, ¿estás resfriado?-, le pregunta Sarah.

-¿Resfriado? ¡No! Estoy sanísimo. Nunca he estado enfermo en mi vida-.

-Entonces no tienes sangre sólo hielo en las venas-.

-¿Hielo? Si tuviera hielo estaría muerto. Tengo sangre como todo el mundo-.

-Pues no es normal que tengas tanto frío-.

-Tengo frío porque hace frío-, se medio enfada Friolero y les da la espalda convencido de que sí son espíritus del bosque que se quieren reír de él. Los niños no saben qué decir y se miran los unos  a los otros encogiéndose de hombros.

-Uf, fíjate que alto está el sol-, comenta Arturo rompiendo el incómodo silencio. -Nos vamos a tener que ir. Nos esperan para comer-.

-Pues hala, adiós. Yo también me voy-.

-¿También te esperan tus padres a comer?-.

-No, mis padres se fueron hace mucho. Casi no los recuerdo-.

-¡Ah! Tu mujer entonces-.

-No, no tengo mujer-.

-Entonces, ¿quién te espera?-.

-Nadie. Vivo solo en mi cueva-.

-¿Tú solo? ¿Nunca ves a nadie?-.

-La verdad es que sois los primeros con los que hablo en muchos, muchos años-.

Los niños se quedan boquiabiertos. Arturo les hace gestos para que se acerquen a él, le pide a Friolero que espere y se ponen a cuchichear entre ellos. Friolero se hace el distraído contando las flores rojas que hay en el prado, pero no consigue concentrarse porque en realidad, está intentando oír lo que dicen los niños en voz baja.

-Solo está solo-.

-Se habrá vuelto loco, por eso es tan raro-.

-Tan roñoso y apestoso-.

-¿Qué hacemos?-.

-A mí me da pena-.

-También a mí, parece simpático-.

-Pues casi nos cuece-.

-Ya pero lo hizo por mejor-.

-No sé-.

-¡¡YO SÍ, YO SÍ LO SÉ!!-. El grito de Sarah le da tal sobresalto a Friolero que a punto está de echar a correr.

-¿Qué sabes?- preguntan todos a una.

-Sé porque tiene tanto frío, lo sé, lo sé-, y se pone a bailar de contenta.

-Pues dilo y deja de bailar- se medio enfada Silvia.

-Tiene tanto frío porque nadie le quiere y como nadie le quiere, no tiene nada de calor por dentro y por mucho calor que haga fuera siempre tendrá frío-.

-¡Vaya chorrada!-, exclama Arturo.

-No, no es una chorrada. Mira a mí cuando me castigan o me riñen siempre me da escalofríos y eso es porque cuando se enfadan con nosotros, parece que nos quieren menos. A ti también te pasa. Venga, di la verdad-.

-Buf, bueno... Sí, sí, a mí también me pasa- admite a su pesar Arturo.

-Oye ¿Cómo que nadie me quiere?. No tenéis ni idea. A mí me quiere, me quiere... mira por ejemplo... Vaya, no conozco a nadie que me quiera, claro como no conozco a nadie. ¡Qué triste!-. Friolero tiene un nudo en la garganta y siente ganas de llorar.

-Eso es, nadie te quiere porque nadie te conoce. Cuando la gente te conozca empezará a quererte. Ya lo verás-. Sarah le sonríe, le empieza a caer bien ese gigante tan raro.

-Mm, no sé. Yo creo que la gente se asustaría igual que vosotros y de tomarme cariño nada, seguramente me tirarían piedras-.

-Hombre, al principio puede, pero luego... Mira ahora estamos hablando como si tal cosa y seguro que si te fijas bien, desde que estamos hablando contigo, tienes un poco menos de frío-. Sarah está lanzada, tiene muy claro que puede ayudar al grandullón tan triste y nada la va a detener.

-Sí quizás tengas razón, ya no tiemblo de frío-.

-¿Ves, ves? Eso es porque estás con nosotros y ya nos empiezas a caer bien, por eso tienes menos frío-.

-Oye- interviene Pelayo. -¿No será que es mediodía y hace un calor de muerte? Además estamos a pleno sol así que... -.

Si las miradas fulminasen, a Pelayo se lo hubiesen cargado cuatro pares de ojos en ese mismo instante.  Friolero que sigue pendiente de Sarah, no parece haber oído nada.

-Vámonos al pueblo a que lo conozca todo el mundo y así ya no tendrá más frío-. Silvia va a tomar la mano de Friolero pero se detiene frunciendo la nariz. -Pero antes hay que darte un baño porque si no nadie se va a acercar lo bastante para saber si eres un gigante o simplemente un cerdo enorme-.

-¿Un baño?-, se extraña Friolero. -¿Qué es eso del baño?-.

-Lavarte con agua, bobo- se ríe Genaro, -para que no huelas mal-.

-¿Lavarme? ¿Meterme en el agua? ¡Ja! ¡Con lo fría que está! No contéis conmigo-.

-Pues si no te bañas no te llevaremos al pueblo. Menuda se pondría mi madre si me viese con semejante gorrino-. Genaro le guiña el ojo a los demás.

-Sí, sí- asienten, -no podemos aparecer contigo oliendo así-.

-Yo no me he bañado nunca y no me ha pasado nada-.

-Ya, pero si vivieses con gente, seguro que te lavarías alguna vez, nadie puede vivir con esa peste-.

-¿Entonces si no me lavo, no podré ir con vosotros?-.

-¡NO!- contestan todos al unísono.

-Y claro, seguiré pasando frío porque nadie me querrá-.

-¡¡SÍÍÍÍ!!- hacen de nuevo coro los niños.

Friolero calla pensativo. No le apetece nada bañarse pero la idea de tener amigos es muy atrayente. Al final se decide.

-De acuerdo vamos al estanque. No le queda mucho agua, pero podré bañarme-.

Y allá al estanque se fueron todos a lavar al gigante. Al llegar, Friolero haciendo acopio de valor, se zambulle en el agua, lanza un par de gritos estremecedores y sale corriendo a secarse con la sensación de que merece un aplauso por su heroísmo ¡Y todo ésto en menos tiempo del que se tarda en contarlo!

-¿Qué haces?- pregunta Pelayo.

-Bañarme, me he bañado como queríais. Mirad la mugre que flota sobre el agua. Hasta las ranas se marchan-.

Y era cierto. Una tribu de ranas que vivía desde hacía cientos de generaciones en “Croc” – Hogar, en su peculiar lengua- se iba saltando a toda prisa mientras maldecían a todos los gigantes del mundo. Desde entonces llaman al estanque “Kermit”  -Averno Putrefacto- y se ha convertido en un sitio maldito. Claro que gracias a esto, las ranas vivirán toda una odisea con final feliz. Sin embargo, ésa es otra historia y se relatará en otro momento.

-Bueno, vamos a ver lo limpio que estás-. Arturo toma las riendas recordando a su madre cuando le baña. -Vamos a ver esas orejas-.

-¡Noooo! ¡Las orejas no!-, se asusta el gigante. -Las tengo muy sensibles-.

-¡Cómo que no!- Gritan todos a una. -¡A por él!-. Y entre todos le agarran con grandes risas y exclamaciones.

-¡Mira, mira cuánta roña hay aquí!-.

-¡Sííí! ¡Pero si hasta tiene un nido de ratones!-.

-Me dan calorcito- se justifica Friolero.

-¡Nada, nada! ¡Fuera ratones y hojas de árbol y ramas y... ¡Puagh! ¿Qué es ésto? ¡¡¡Da igual, fuera también!!!-.

-Ahora a por el  pelo-.

-¡Nooooo! ¡El pelo no!-.

-¡Sííí, el pelo sí!-, replican todos a una. Y del pelo sacan setas, arbustos y hasta dos viejos nidos de cigüeñas y a todo dice Friolero que no se lo quiten porque le da calorcito.

Así van repasando el ombligo, con tanta pelusa como para tejer cien abrigos, entre los dedos de los pies, con pelotillas del tamaño de lechones, los sobacos repletos de murciélagos que se marchan enfadadísimos, la espalda y donde pierde su nombre, lugar del que es mejor no hablar. Por todas partes le frotan, rascan, restriegan y enjuagan. Para acabar, le tiran al agua y no le dejan salir hasta que reluce como un bebé. También le lavan la ropa que pueden, aunque hay mucha que tiran de lo tiesa que está. Al final Friolero parece otro. Huele estupendamente y para ser un gigante, está hasta guapote.

-Ahora podemos ir al pueblo. Conocerás a todo el mundo y todos te acabarán conociendo y queriendo como nosotros-.

-¿Vosotros me queréis Sarah?- pregunta con timidez Friolero.

-¿Aun lo preguntas?- se ríe Pelayo. -Mírate y verás-.

Friolero se mira y casi cae de espaldas. De toda la ropa y mugre que llevaba, sólo le quedan un pantalón corto y una camisa que apenas le tapa el ombligo. Las pieles más sucias y las ramas, las hojas y todas las cosas increíbles que le cubrían para darle “calorcito” han desaparecido.

-Es verdad- dice con alegría, -me queréis. Ya no tendré miedo a salir. Vamos al pueblo-.

Se ponen todos en camino riendo y jugando. Cuando llegan, la primera reacción de la gente es echar mano de la desconfianza al ver lo grande y diferente que es. Pero la algarabía de risotadas y exclamaciones que traen sus hijos les decide a acercarse. No tardan en abrirle todas sus puertas, las de sus hogares y también las de la amistad, ya que son gentes sencillas y de buen corazón.

Todos disfrutan y ríen con la historia de Friolero y le piden que se quede a vivir con ellos. Friolero se lo agradece emocionado pero prefiere seguir viviendo en las montañas porque ahí tiene su hogar. Eso sí, los niños le van a visitar todos los días y si no, él baja al pueblo.

Así es como Friolero deja de ser el Gigante Solitario y ya nadie teme el fuego de la montaña. A partir de ahora, cuando vengan las noches de invierno, la gente seguirá contando la historia de Friolero, pero ya no será la misma de antes:

-En las Montañas del Hielo vive nuestro amigo Friolero, antes era el Gigante Solitario... -

Publicado con autorización de su autor

J. E. Álamo

Dedicado a mi hija Sarah y a mis sobrinos Andrés y Ricardo que inspiraron este cuento.

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El Viaje de Friolero