Leocadio, el Rey
Ya amanece cuando
distinguen a lo lejos una gran cantidad de casas y por encima de
los tejados de todas ellas, un gran palacio blanco que se alza
espléndido.
- Barataria, ya
hemos llegado-, anuncia Violeta.
Todos están
despiertos y admiran la visión de la capital. Pronto entran en sus
calles, todavía desiertas. Es domingo y las gentes duermen hasta
tarde. Violeta y Rogelia se despiden de ellos dándoles las gracias
de nuevo.
-Si alguna
necesitáis de mi ayuda, preguntad por Violeta de Robledo. Aquí soy
conocida y acudiré encantada.
El carromato se
dirige hacia el palacio, están todos muy nerviosos ¡Van a conocer al
Rey por fin!
-¡Cuántas casas!-
exclama Sarah.
-Sí y que juntas
las unas a las otras- comenta Pelayo.
Es cierto las
casas están tan arrimadas que apenas queda espacio entre ellas.
Cuanto más se aproximan al palacio más unidas están las viviendas.
-A las gentes les
gusta estar cerca del palacio-, comenta Rodrigo.
-Pues el palacio
está rodeado de un muro bastante alto- dice Friolero que lo ve mejor
que nadie. -¿Al Rey no le gusta que la gente esté cerca de él?
-No, no es por
eso. El muro está para protegerle.
-¿Protegerle de
quién?- pregunta Genaro extrañado. ¿Quién querría hacerle daño al
Rey?
-Pues de sus
enemigos-, le responde el maestro. -Los reyes tienen muchos
enemigos.
-No lo comprendo-
se extraña Friolero. -Si el Rey es tan sabio y bueno con todo el
mundo, ¿cómo es que tiene enemigos?
-Siempre hay
gente mala a la que le gustaría robarle sus tesoros. Por eso tiene
que protegerlos.
-¿Bandidos como
los del camino?- pregunta Sarah.
-Eso es,
bandidos.
-Pues no lo
entiendo- sigue extrañado el gigante. -Esos bandidos también pueden
robar a la gente en sus casas y ellos no tienen muros.
-Bueno, cada uno
protege su casa igual que hacemos en el pueblo.
Friolero queda
pensativo, decide no seguir preguntando aunque no acaba de entender
por qué el Rey tiene un muro y los demás no.
Conforme van
acercándose al palacio, observan un gran revuelo en la entrada. Hay
mucha gente corriendo de un lado para otro y parecen que estén
cerrando las puertas a toda prisa.
-Corramos- les
urge Friolero. -Van a cerrar las puertas y no podremos entrar.
-¡No!. ¡No hagas
eso Friolero!-. El aviso de Rodrigo es en vano, el gigante ya está
corriendo a grandes zancadas hacia las puertas. Cuando la gente del
palacio le ve venir, se marchan todos dando grandes gritos.
-¿Qué pasa? ¿Por
qué huyen?
-Están asustados
Sarah. Probablemente nunca hayan visto a alguien tan grande como
nuestro amigo-, contesta Rodrigo. -Tenemos que darnos prisa o
tendremos problemas.
El maestro arrea
a las mulas para que se apresuren, sabe que la gente que ha visto a
lo lejos, son los soldados que protegen al Rey. Los soldados tienen
armas y podrían hacerle daño al gigante.
Friolero llega
tarde a las puertas, las han cerrado y por encima de ellas, asomados
a las almenas distingue gente que le espía.
-Buenos días- les
saluda. -Queremos ver al Rey, ¿podéis abrir las puertas?
Los soldados se
miran sorprendidos, esperaban que el gigante rugiese de rabia o les
amenazara.
-¿Qué quieres del
Rey, monstruo?-, le pregunta uno. Es el comandante de los soldados,
un señor con aspecto muy importante.
-No soy un
monstruo- contesta Friolero indignado, soy un gigante y quiero ver
al Rey porque tengo que hacerle una pregunta-. Luego cruza los
brazos y les mira furioso ¡Mira que llamarle monstruo!
El comandante
asustado al ver que Friolero se ha enfadado, ordena a sus hombres
que saquen los arcos y a punto están de lanzarle flechas a Friolero,
que les mira sin comprender lo que sucede, cuando llega el carromato
con los niños y el señor Maestro.
-¡NO DISPARÉIS!-,
gritan los niños. –NO QUIERE HACER DAÑO A NADIE.
Bajan corriendo
del carro y se abrazan a las piernas del gigante.
Los soldados no
saben qué hacer y miran al comandante. Wenceslao, que es el nombre
del comandante, también se ha quedado sin habla. Si disparan pueden
herir a los niños, pero ¡el gigante es tan grande!
-Señores, por
favor bajen sus armas, el gigante no les hará daño alguno-. Es
Rodrigo quien habla y al observar su aspecto tan respetable,
Wenceslao ordena a sus hombres que bajen los arcos.
-¿Quiénes sois?
¿Qué queréis de Su Majestad?
-Venimos a
solicitar su favor-contesta Rodrigo.
-¿Su favor? Pues
anda ahora muy ocupado, no creo que pueda recibiros.
-Esperaremos-
declara Sarah muy decidida. -Venimos de muy lejos y no nos
marcharemos sin hablar con el Rey.
-Preguntad a Su
Majestad, os lo ruego- les pide el maestro. -Nada perdéis con
hacerlo-, añade.
Wenceslao los
mira mientras se acaricia la barba, al final accede, pero antes
indica a sus hombres que no los pierdan de vista.
-No os mováis-
les grita a nuestros amigos. –Enseguida vuelvo.
Wenceslao no
vuelve enseguida, de hecho tarda bastante y las primeras gentes ya
asoman por las puertas de sus casas para quedar asombrados ante la
visión de Friolero. Al verlo rodeado de niños y hablando con ellos
como si tal cosa, se dan cuenta que no puede ser malo. Así que para
cuando vuelve Wenceslao, ya hay un buen grupo de gente escuchando a
los niños contar la historia de Friolero cuando era un gigante
solitario. ¡Hasta los soldados se inclinan desde las almenas para
oírles!
Cuando llega el
comandante, riñe a los soldados por distraerse de esa manera. Luego
grita a los que están abajo: -¡A ver el grandullón y los que van con
él! ¿Me oís?
-Sí- responden
los niños y Friolero a la vez.
-¿Qué ha dicho el
Rey?
Todo el mundo
queda en silencio, ya saben el motivo de la visita de Friolero y
quieren saber lo que va a responder el Rey.
-Su Majestad,
Leocadio el Prudente...
-¿Cómo?-, exclama
Rodrigo interrumpiendo al comandante. -¿Qué ha ocurrido con
Guillermo el Bravo? Es él con quién hablé cuando estuve en palacio.
-Guillermo el
Bravo falleció hace un año-, responde Wenceslao un poco fastidiado
por la interrupción-. Ahora es su sobrino Leocadio nuestro Rey.
-No conozco a
este Leocadio- susurra a los niños el señor Maestro. –Su padre era
un buen Rey, todos le querían, pero de éste no sé qué decir.
-El Rey quiere
saber qué le habéis traído- les dice por fin Wenceslao.
Los niños,
Friolero y Rodrigo se miran unos a otros, no se les ha ocurrido
traer nada.
-Hemos traído a
Friolero para que lo conozca el Rey- responde Sarah. ¡Vaya un Rey!,
piensa enfadada. Cómo si ellos supieran qué le puede gustar a
alguien que lo tiene todo.
-En ese caso,
tengo que comunicaros que Su Majestad no recibe visitas los
domingos. Tendréis que volver mañana y hacer cola como todos los que
desean ser recibidos.
-Comandante,
venimos de muy lejos-, le dice Rodrigo, pero Wenceslao ya le ha dado
la espalda para marcharse.
Entonces se oye
un gran murmullo entre la gente que ha ido acudiendo al palacio para
conocer a Friolero. Pronto se abre un pasillo por el que caminan dos
personas. Los murmullos son de admiración, pero los niños que al
principio están en silencio, de pronto dan un grito de alegría ¡Son
sus amigas del camino! En efecto, Rogelia y Violeta se dirigen hacia
ellos con una gran sonrisa.
Wenceslao que se
ha detenido al oír los gritos de los niños abre tanto los ojos que
parece un sapo.
-Dona Violeta de
Robledo- dice. -¿Conocéis a estas personas?.
-Son amigos míos-
declara Violeta con voz clara. –Desearía ver a Su Majestad y ellos
me acompañarán.
Las puertas se
abren como por arte magia y una escolta de soldados muy tiesos les
acompañan a todos hasta la puerta de palacio.
¡Por fin van a
conocer al Rey!.
Cuando llegan a
la sala de audiencias del palacio, encuentran un montón de gente
esperándoles que les miran con gran curiosidad, sobre todo al
gigante que ha de agachar la cabeza para no tropezar con las
lámparas del techo ¡Y eso que los techos del palacio son altísimos!
Al fondo de la
sala, sentado sobre un sillón enorme está el Rey.
-Eso es el
trono-, les susurra Rodrigo a los niños y a Friolero.
Leocadio es muy
alto, flaco y de piel blanquísima. Está sentado y con expresión
ansiosa pero no es por ellos porque, a pesar de que Friolero llama
su atención, es a Violeta a quien no deja de mirar.
Rogelia les ha
contado camino al palacio que el Rey está empeñado en casarse con
Violeta y que ella no quiere, tiene un enamorado con el que sí
quiere casarse, pero Leocadio no acepta ese matrimonio por eso
Violeta ha de ver a su novio a escondidas. Precisamente venían de
verle cuando les asaltaron los bandidos. Rogelia les ha pedido que
no comenten nada acerca de su encuentro en el camino, si el Rey se
enterase de las visitas secretas de Violeta, se enfadaría muchísimo.
-Su tío,
Guillermo el Bravo, era un buen hombre-, comenta Rodrigo
sorprendido. –Él jamás hubiera obligado a nadie a casarse con él.
-Está claro que
no todos los reyes son tan sabios y buenos como creíamos.
El comentario
viene de Friolero y sorprende a Rodrigo. -Esa es una gran verdad-,
le dice al gigante. -Y con éste Leocadio habremos de andar con
tiento.
Ya están cerca
del trono y siguiendo el ejemplo de Rogelia, hacen todos una
reverencia al Rey. Todos menos Violeta, ella está muy erguida y mira
a los ojos a Leocadio. A éste no parece importarle, va hacia ella
con las manos tendidas.
-Violeta, qué
dicha contemplar tu hermosura.
-Qué cursi-
susurra Sarah. Los demás niños ríen su ocurrencia. Rodrigo les hace
callar con una severa mirada.
-Y traéis
compañía- sigue el Rey mirando a los niños y sobre todo, al gigante.
-¿Son artistas de circo? ¿Qué sabéis hacer?- pregunta dirigiéndose a
Rodrigo a quien toma por el jefe del grupo.
-Lamento
desengañaros Majestad-, responde Rodrigo. -No somos más que unos
humildes súbditos de Su Majestad que vienen a solicitar su favor.
-¿Humildes
decís?- ríe Leocadio. –No creo que este ogro sea precisamente
humilde.
Todos los que
rodean al Rey ríen con él. Los niños y Friolero se miran entre ellos
¿De qué se ríen?
-No es un ogro-
declara Sarah enfadada. -Es un gigante y es nuestro mejor amigo.
Leocadio la mira
con desdén, no le gusta que le lleven la contraria y menos una
mocosa como Sarah.
-Majestad, son
amigos míos y han venido a solicitaros algo. Consideraría un favor
personal que sean atendidos-. Violeta sigue mirando a los ojos al
Rey. Cualquiera nota que no siente el más mínimo respeto por
Leocadio, pero está en deuda con Friolero por salvarle la vida y
quiere ayudarle.
-Viniendo de ti
mi querida Violeta, atenderé sus súplicas ahora mismo-. Vuelve su
rostro hacia Friolero y sus amigos y con un ademán les indica que
hablen. Al señor Maestro le hubiera gustado hablar sin embargo,
Friolero se adelanta.
-No venimos a
suplicar señor Rey. Sólo a hacer una pregunta, me han dicho que sois
la persona más sabia del mundo y que podéis decirme dónde están mis
padres.
Leocadio está a
punto de responderle que él no sabe nada de sus padres y que tampoco
le importan cuando uno de sus ministros se acerca y le susurra algo
al oído. Leocadio sonríe y luego asiente con la cabeza.
Rogelia les
comenta en voz baja que el ministro se llama Taimado y que no es de
fiar.
Al cabo de un
rato, Taimado se vuelve con una gran sonrisa hacia Friolero.
-Su Majestad
obviamente conoce el paradero de tus padres, amigo gigante.
-¿Y dónde está
Paradero?- interrumpe Friolero algo confuso.
-¿Te burlas de
mí?- Taimado ya no sonríe.
-No, no se burla
os lo aseguro-, interviene presuroso Rodrigo. –En realidad y a pesar
de lo grande que es, nuestro amigo Friolero es sólo un niño.
-¿Friolero? ¿Es
ese tu nombre?-, pregunta Taimado entre las risitas de los
cortesanos.
-Ese es el
problema, que no sabemos su nombre por eso quiere encontrar a sus
padres-, le explica Rodrigo algo irritado. No le gusta que se rían
de su amigo.
-Si sabéis dónde
están, tenéis que decirlo. Mi papá dice que no es educado reírse de
las personas-. Sarah está harta. No le gusta el Rey y menos aún ese
Taimado.
Todos quedan
boquiabiertos, ¡Nadie se atreve a hablarle así al Rey o a sus
ministros!
-Leocadio, te
agradecería que si puedes les ayudases y si no puedes, que les dejes
marchar en paz-. Violeta también está enfadada y todos aguantan la
respiración, no saben cuál va a ser la reacción del Rey.
-Mi querida
Violeta -dice al fin el Rey rompiendo el silencio. –Claro que le
ayudaré. Sé dónde están sus padres. Son prisioneros en el País de
los Bárbaros.
Se oye un gran ¡OOOOOH!
en toda la sala ¡Los bárbaros del norte! ¡Esas gentes tan horribles
que amenazan con invadir el Reino! Todo esto lo explica Rogelia en
susurros a los niños y a Rodrigo. Friolero no lo oye.
-¿Prisioneros?
¿Qué es eso...?.
-Los tienen
encerrados en jaulas- se adelanta Taimado. –Los bárbaros los
capturaron y los exhiben como si fueran monstruos.
-¿Cómo se
atreven?- pregunta Friolero entristecido.-¿Por qué lo hacen?
Taimado encoge
los hombros. -Son bárbaros. Nos gustaría ayudarte más mucho nos
tememos que sea imposible.
-Leocadio, si
puedes ayudar a estas buenas gentes yo, yo... - Violeta hace un
esfuerzo y recuerda que Friolero le salvó la vida. –Yo tomaría en
consideración tu propuesta de matrimonio.
Rogelia se echa
la mano a la boca horrorizada, -Niña, no lo hagas-, le susurra con
urgencia.
Violeta la aparta
con la mano. -¿Qué me contestas Leocadio?
El Rey tiene que
aguantar la risa. ¡Què oportuna ha sido la visita de ese estúpido
gigante y sus amigos!. Al principio no pensaba ayudarles, no tiene
ni idea de dónde pueden estar los padres de Friolero, pero entonces
Taimado le dio una excelente idea, si hacían creer al gigante que
los bárbaros tenían prisioneros a sus padres, no dudaría en
dirigirse hacia allá encabezando las tropas del Rey. Con semejante
aliado, Leocadio podría conquistar todas las tierras del norte. Y
para culminar su buena suerte, Violeta se ofrecía a casarse con él
si les ayudaba. A punto está de ponerse a saltar de alegría.
-De acuerdo, que
se preparen las tropas para partir de inmediato. Cuando alcancemos
la victoria y liberemos a los padres del gigante, celebraré mi boda
con Violeta.
Todo es alegría y
alboroto en el palacio, todo menos Violeta que marcha deprisa, sin
poder contener las lágrimas, acompañada de Rogelia que intenta
consolarla.
Friolero tampoco
está demasiado contento, hay algo que no acaba de gustarle. Desde
luego el Rey no le es nada simpático.
Más tarde habla
con los niños y Rodrigo.
-Iré con ellos y
rescataré a mis padres-, les dice muy decidido. –Pero a mi vuelta,
arreglaré este asunto de Violeta y Leocadio.
Rodrigo le
advierte que tenga mucho cuidado que él tampoco se fía del Rey ni de
Taimado. Los niños por su parte, lloran cuando se dan cuenta de que
no podrán acompañar a su amigo.
-Habrá lucha y
mucho peligro. Será como con los bandidos o incluso peor-, les dice
Friolero.
Sarah es la única
que no dice nada, está callada, y eso preocupa a Friolero.
Al fin deciden
ir a dormir, las tropas estarán listas al amanecer y tendrán que
madrugar, Friolero para marcharse y los niños y el maestro porque
quieren despedirse. Les han preparado unas espléndidas habitaciones
en el palacio y para Friolero que es demasiado grande para cualquier
habitación, hay un establo con un montón de paja para que esté
cómodo.
El gigante tarda
mucho en dormirse a pesar de lo cansado que está. Hasta entonces
sólo había conocido a los niños y la gente del pueblo, con ninguno
había tenido problemas y siempre se habían entendido bien. Con esta
gente de la capital sin embargo, tiene la misma sensación que con
ciertas cuevas que hay en las montañas: uno nunca sabe realmente lo
que hay dentro. |