FRANCO VACCARINI por

 FRANCO VACCARINI

Nací en  Lincoln, en octubre de 1963, en una típica y numerosa familia campesina: papá, mamá y siete hermanos. Allí conocí el encanto de las casas abandonadas, las taperas, con sus historias de fantasmas y sus montes nuevamente vírgenes, que crecían en yuyos y frondosidad, para felicidad de   pájaros, zorros y comadrejas.

Grandes impresiones de entonces: papá arando un campo, seguido por una nube de gaviotas para comerse a los "bichos bolita", tremendos gusanos que oxigenaban la tierra, como las lombrices. Lechuzas, sapos, el aljibe en desuso donde vívían mil ranas, los molinos y sus tanques australianos, las parvas de alfalfa. Sí, recuerdo a los animales y a los árboles - dos aloes gigantes custodiaban la tranquera, y luego imponían su señorío los eucaliptos, acacios retorcidos, álamos plateados, paraísos-. Había un ombú obeso y solitario. Cómodo para sentarse entre sus ramas, primo del baobab africano y “rey de la hierba” al decir de Neruda. Es que de grande supe que no es un árbol propiamente dicho, sino una hierba gigante (un “yuyo”, dirán otros).

Corría el año 1970. Tiempos de cambio. La familia se radica en Chacabuco. El diario de viaje destaca que  se nos escaparon varias gallinas en la mudanza. Tuvimos que correr a las "bataclanas" entre las zanjas, para devolverlas al viejo camión jaula que nos facilitó un vecino.

 En Chacabuco hice la primaria: escuelita de campo, un sólo recreo, pero que duraba una hora, o casi. Apto para largos partidos de fútbol, campeonatos de bolita y caza de cuises. En los días de lluvia iban pocos alumnos, entonces la señorita Haydeé nos dejaba leer cuentos a discreción. El director, Jorge, nos leyó durante meses varios episodios de El Quijote, adaptándonos un poco sus arcaísmos para que nos resultara más divertido. Me convierto en lector: de Patoruzú a las fotonovelas de mis hermanas y los mini libros de la revista Anteojito. Y de ahí, a Borges, Camus, Bradbury , Herman Hesse. Mi papá leía sobre todo libros que contaran cosas reales ( nunca fue muy amigo de la ficción). Mi mamá prefería la Biblia y las palabras cruzadas.

En 1977 me fui a Lincoln, para estudiar la secundaria. Ya escribía poemas y me enamoré de la vida urbana, los carnavales, la libertad que me daba vivir en pensiones.  Lo más lindo fue participar en el Centro de Estudiantes, cuya actividad principal era  la matiné en el Club Independiente, el  boliche "Crakatoa". Teníamos un programa de radio y una librería, y organizábamos dos grandes eventos anuales: el Baile de la Primavera, y el Baile del Egresado. Con los ingresos, becábamos a unos cincuenta chicos de condición humilde.

En 1982, malas noticias: guerra y el servicio militar en la Base Naval de Puerto Belgrano, catorce meses como enfermero. Me toca atender a decenas de soldados  heridos en las Islas Malvinas ( es una de las novelas que me falta escribir).

Al salir, hago borrón y cuenta nueva: quemo en una gran fogata veinte cuadernos con mis poemas adolescentes y me radico en Buenos Aires, con la ayuda de mis hermanas Vilma y María Alicia. Lo primero, conseguir un trabajo. Lo segundo, asistir al taller literario del escritor José "Pepe" Murillo y hacer un curso de paracaidismo en La Plata, que abandono luego de cuatro saltos.

Hoy soy un vecino del barrio de Villa Ortúzar. Vivo con Mechi y mis dos hijas Valentina y Camila. Compartimos la casa con dos gatos, una tortuga y muchas plantas.

En 1998 publiqué dos libros de poesía: El culto de los puentes (Libros de Tierra Firme, Mención de honor del Fondo Nacional de las Artes) y La Cura (editado en el evento Buenos Aires No Duerme). A partir de entonces, publiqué varios libros de literatura infantil y juvenil en la editorial El Quirquincho, y  cuentos en la revista La Nación de los Chicos y en manuales de Puerto de Palos, Santillana y Kapelusz.

Dos libros, editados en el sello Cántaro, de Puerto de Palos, recrean mi vida campesina: Ganas de tener miedo y El hombre que barría la estación. Publiqué las novelas El chavo Chamán (México, Alma Ediciones) y Los ojos de la Iguana   (Mondragón Ediciones, hasta hoy mi último libro). En el 2005 saldrán dos versiones de temas épicos  que escribí para la colección El Mirador, de Cántaro: El rey Arturo y El cantar de los nibelungos.

Mi “vida literaria” se reparte entre la escritura y la lectura, los talleres en las escuelas, las colaboraciones en una revista de poesía y otra de cuento.

 

 

 

Para 7 Calderos Mágicos

Franco Vaccarini

 
     
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