Para mejorar la
educación no hay que sancionar nuevas leyes o reformar los programas sino
darles más poder y responsabilidad a los alumnos. Eso sostiene el
prestigioso pedagogo italiano Francesco Tonucci, que aconseja tener “mejores
maestros” pero, sobre todo, poner a los alumnos en el centro de la escena y
delegarles tareas y derechos que puedan tener impacto, incluso, en el
gobierno escolar.
Invitado por el
Consejo Superior de Educación Católica (Consudec), donde expuso sobre “La
función de los niños en estos tiempos de crisis”, trajo una vez más al país
sus renovadas ideas, que intentan vincular más directamente lo que pasa en
la escuela con la vida cotidiana.
Sostiene, así, que
“si los niños participan activamente en la gestión y en la toma de
decisiones escolares, como la estipulación de las reglas que se aplicarán en
los recreos, el niño no se sentirá esclavo, sino un ciudadano libre y
soberano, uno de los objetivos que debe perseguir una escuela democrática”.
“La escuela no
puede destruir lo que el chico sabe”, dijo Tonucci, en diálogo con LA NACION
sobre los modos de aprendizaje más aconsejables en el aula, entre los que el
pedagogo italiano incluye el divertimento. “Leer libros en voz alta a los
niños es uno de los tiempos mejor utilizados en la escuela", sostiene este
educador y dibujante, de 66 años, licenciado en Pedagogía en Milán y cuyos
libros Con ojos de niño , La
ciudad de los niños y Cuando los niños dicen ¡Basta! son de
lectura obligada entre quienes conservan la pasión por enseñar.
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-¿Por qué los
chicos tienen que participar de la toma de decisiones en la escuela?
-La falta de respeto que los adultos les atribuyen a los chicos en la
escuela son síntomas que describen un malestar. Sus inconductas significan
que viven una experiencia que no reconocen como propia; no se identifican
con ella o lo hacen de mala gana porque los obligamos a hacerlo. Para
favorecer su identificación con la escuela, los niños deberían ser
escuchados y participar de la gestión y decisiones escolares. La escuela
debe ser un espacio de autonomía. Y los maestros deberían aprovechar los
momentos de libertad y juego de los chicos para observarlos, ver los
aspectos de su carácter y las actitudes que normalmente en clase no se
revelan. Sugiero siempre que los maestros tengan un cuadernillo en el
bolsillo y marquen las palabras que los niños dicen, las cosas que hacen, no
para usarlas contra ellos, sino para conocerlos más.
- ¿Cuál es la ventaja de un modelo escolar más democrático?
-Es que la escuela no tiene sentido si no es una escuela de democracia.
Necesitamos que forme ciudadanos, no de mañana, sino de hoy. El niño no debe
sentirse un esclavo, sino un ciudadano libre y soberano. Y esto lo
conseguimos con varias estrategias, que no eximen al trabajo duro. Cuanto
más ha jugado un niño, más rápido y efectivo será su desarrollo.
- ¿Cómo se puede volver a darle trascendencia a la escuela?
-La propuesta escolar debe empezar siempre con lo que los niños ya conocen,
así serán protagonistas de su formación y crecerán sobre su propio
patrimonio cultural. Los chicos tienen que llegar a la escuela con los
bolsillos llenos, no vacíos, y sacar sus conocimientos para trabajarlos en
el aula. Esto no se aborda sólo con un libro de texto o con un programa que
escribió no sé quien, para nadie.
-¿Cómo se hace?
-El trabajo empieza dando la palabra a los niños. Primero se mueve el niño;
recién después el maestro. El maestro tiene que conocer lo que saben los
niños antes de actuar, porque si se procede antes, seguro hace daño.
- ¿Cómo concilia la noción de esfuerzo con la de divertimento, que para
usted es esencial en el proceso de aprendizaje?
-Si observamos a los niños, vemos que son capaces de quedarse horas jugando;
se olvidan de comer y de hacer pipí. Afrontan esfuerzos impresionantes.
¿Cómo se puede trasladar esto a la escuela? Si fueran escuchados, los niños
podrían llevar a la escuela su propio pensamiento. Lo normal es que un niño
que tiene una inteligencia práctica, hábil con las manos y que puede
desarmar un motor, para la escuela no vale nada. Vale sólo si sabe elaborar
lógicamente datos. Esa clasificación no tiene sentido. Esa actitud
selectiva, de que hay pocos lenguajes importantes y de que los demás no
valen nada, conducen al niño al fracaso. Por otro lado, el divertimento
aparece con la motivación del maestro.
-¿Cómo se llega a lo que es indispensable que el chico asimile?
-La escuela utiliza la desconfianza y eso produce una evaluación negativa
basada en lo que el chico no sabe hacer. Apoyándose sobre lo que sí sabe
hacer bien, la escuela debería motivarlo a recuperar y a ganar lo que no
tiene, como una conquista. No necesitamos nuevas leyes o programas más
desarrollados, sino maestros mejores.
-¿Cuáles son las cualidades que hacen a un buen maestro?
-Escuchar a los alumnos; ser capaces de buscar e individualizar la
excelencia dentro del bagaje cultural del niño, motivarlo y promover un
trabajo grupal, y no la competencia. Hay que crear capacidades de trabajo en
grupo, con el convencimiento de que sumando las capacidades de todos
conseguimos el resultado que individualmente no se podría lograr. Además,
debe saber incluir a todos los niños con sus capacidades y competencias y, a
la vez, a sus familias. La escuela debe ser capaz de leer la realidad
concreta que rodea al niño. La geografía es la de su barrio; la historia, la
de su familia. Un buen maestro es alguien a quien le gusta leer. Pero,
fundamentalmente, alguien que desarrolló en su vida lo que quiere promover
en los niños.
-¿Se opone al viejo esquema del poseedor del saber frente al que debe
asimilarlo?
-Por supuesto: el maestro no es el que posee el saber. La escuela
transmisiva supone que el niño no sabe y va a la escuela a aprender,
mientras el maestro enseña a quien no sabe. Esa es una idea infantil, que
piensa al niño como un vaso vacío, mientras el maestro vierte conocimientos
que llenan al niño gradualmente. Y como todos los niños comparten esa
condición inicial de vasos vacíos, son iguales. Ese es el concepto básico de
una escuela equivocada: la igualdad. El niño sabe y es competente y va a la
escuela para desarrollar su saber; no para aprender. El maestro no es el que
sabe más, sino el que sabe motivar y aplicar una metodología. Esa es la
escuela rica que necesitamos.
-¿Por qué enfatiza tanto la lectura en el aula?
-Porque es uno de los tiempos mejor utilizados. Pondría como obligatorio un
cuarto de hora de lectura en voz alta todos los días. Bien leídos, con
entusiasmo, impostación de voz y demás, los chicos perciben las imágenes que
las palabras suscitan. La mayoría carece de libros. Para un niño que nunca
ha visto leer a un adulto, es difícil transmitirle el placer de la lectura.
Leerle en el aula, entonces, es ofrecerle un gran espectáculo emotivo.
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