En 1992 el escritor francés Daniel Pennac sorprendió a sus lectores y les hizo levantar las cejas a sus colegas cuando dijo que existía el "derecho a no leer". Era el primer apartado de un decálogo que exponía novedosos derechos de los lectores, esos que siempre se esgrimen en voz baja y pocos se animan a reconocer en público. "No hay que burlarse de quienes no leen. Si uno le da este sentido, el derecho a no leer significa respetar la dignidad de aquellos que no leen, si es que se quiere algún día conducirlos a la lectura. Es inmensamente triste, una soledad en la soledad, ser excluido de los libros, incluso aquellos de los que se puede prescindir", escribió en "Como una novela" (editado por Norma y Anagrama). Allí se explayó sobre el derecho a saltarse las páginas, a no terminar un libro, a releer, a leer cualquier cosa, a hojear, a leer en voz alta Pennac era entonces profesor de literatura y enmarcó en este texto máximas para que sus alumnos adolescentes perdieran el miedo a la lectura y aprendieran a leer por placer animándose a tomar un libro como si fuera una aventura personal. El texto se convirtió en un clásico en Francia, y también en países de habla hispana, y fue varias veces reeditado. Es un monólogo escrito en tono cómplice cuya lectura fue compartida por gente de todas las edades.
Trece años después de su primera edición en francés, Penca dice desde París que "leer un libro siempre fue y será un acto único y singular". Cree que el leer, no importa en qué condiciones se dé, es una ceremonia mítica plena de placer que provoca su sostenimiento en el tiempo "Leer es un acto ritual en sí mismo. Cada cual tiene lo suyo, antes y durante la lectura. Un acto ritual es sensual: el ruido del papel, el olor de la cola y la tinta, la textura de la tapa, la forma de los caracteres de imprenta. También existe la fisiología del lector. ¡Las posiciones en las que lee la gente superan a las del kamasutra!".
Pennac no encuentra ningún peligro en las nuevas tecnologías capaces de contraponerse al hecho de leer. La televisión, a la que le dedica un capítulo en su libro, no es un competidor desleal. "No creo que podamos hablar de 'competencia' entre el libro y la televisión. Tienen una naturaleza demasiado distinta. La mayoría de la gente que conocemos tiene una televisión que cohabita perfectamente con la biblioteca. Pero, claro, mal empleada, la TV puede convertirse en un medio terrible de opresión."
Hay quienes en la actualidad leen en su teléfono celular los mensajes de texto que reciben y descansan sus pulgares para responder. "Aunque los enamorados se hagan todo tipo de declaraciones de amor o corten relaciones mediante el celular, nunca cambiará el estatus singular del libro ni del acto de leer, porque leer es un acto aparte", señala. Y concluye: "El hecho de que no leamos libros en las pantallas de la computadora prueba que nos equivocamos groseramente cuando pronosticábamos que las nuevas tecnologías matarían al libro. Uno se equivoca siempre con este tipo de profecías. Pensamos que la fotografía mataría a la pintura, que la televisión mataría al cine, que Internet mataría a la televisión; no pasó nada de eso y tampoco pasará. Pero no nos gusta aprender de nuestros errores. Preferimos la tendencia a la catástrofe en lugar del análisis paciente de lo real. Es más seductor".
Un libro puede provocar en nosotros un cambio y a veces puede exigirnos una transformación de raíz: "Leer nos cambia y eso ya es una forma de cambiar el mundo", sostiene. Pennac también sabe que en la actualidad muchos lectores son víctimas de la "lectura útil", de leer porque se debe obtener un conocimiento aplicable, una ganancia: "Toda lectura es útil, pero la más útil de todas es la que aparentemente no tiene ninguna utilidad. Sólo los verdaderos lectores saben, (sienten) eso. y nunca han sido muy numerosos…
Al mismo tiempo la industria del libro crece casi desmesuradamente. Se publican miles de títulos. ¿Todos ellos merecer un lugar en nuestra biblioteca? Pennac afirma que hay que saber distinguir: "Muchos libros que se publican hoy no tienen más que la apariencia de libro. Algunos podrían reducirse a notas de diarios. Otros son productos industriales prefabricados. La proporción de obras verdaderas de obras de creación, de reflexiones auténticas, no varía mucho. Es nuestro trabajo, de los periodistas y de los profesores, ayudar a difundir esas obras”
-¿En países como EE UU., la Argentina y algunos europeos se lee cada vez menos?
-No. Pienso que incluso en los Estados Unidos, y también en Europa y en la Argentina, se lee más en 2005 que en 1905. Lo que no quiere decir que se lea demasiado, es cierto. Si de verdad luchamos por una escuela que sea verdadera, el número de lectores progresará, estoy seguro, y con ello, la oportunidad de un mundo mejor. El futuro del libro, para mí, pasa por a escuela y la familia. Cuanto más se democratice la escuela, más lectores tendremos en la familia.
Héctor Pavón Revista Ñ 16.4.2005
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