Psic. Ana Bloj Nicolás no dejaba de mirar una especie de bola de plastilina que giraba y giraba con sus manos de un modo automático. Nada lo saca de su fijación. - ¿Qué es eso?, le pregunto. - No! Me responde Nicolás. (haciendo referencia a que no lo moleste) Así pasan varias sesiones: Nicolás con ese magma informe de colores apagados entre sus manos, y yo intentando aportarle a aquello algún sentido a aquello. - ¡Un cohete que quiere ir a la luna! - No! Me responde Nicolás una vea más resistiéndose a que ingrese en su mundo. - Un avión que quiere atravesar las nubes! - No! Me respondía, esta segunda vez con cierta molestia por mi interrupción.
Me había propuesto no dejarlo devorar por esa nada, porque no visualizaba en ese hacer juego alguno. La respuesta de Nicolás era siempre que no, dejándome por tanto en off side.
En un momento, incorporo en la descripción un elemento de su historia: ese sos vos, así te miraba tu mamá cuando naciste. No sabía qué hacer y se quedó mirándote así como vos lo estás haciendo ahora con eso que tenés entre tus manos.
Por una vez Nicolás deja de mirar la pelota de plastilina y mirando como al vació me dice: No! Es un cohete!
- ¿Es un cohete que va a la luna? - -Sí!
Ya todo le venía bien. A partir de allí, poco a poco, Nicolás comenzó a transformar ese magma en diferentes vehículos voladores, aunque en algunas circunstancias vuelve a aquel primer universo innombrable, vuelve a ese bebé perdido ante la mirada perdida de sus padres.
Capítulo 1. La socialización primaria. Hay, las madres…
La función materna en nuestra cultura tiene a su cargo además de alimentar con amor, cambiar los pañales con amor, y atender a su bebé en sus necesidades en el primer período vital, una función verdaderamente crucial: la de transmitirle a su hijo su propia realidad representada. Una realidad imaginada que se conjuga con lo que habitualmente llamamos realidad (sin entrar en disquisiciones filosóficas respecto de a qué llamamos realidad y a qué no).
Ese es el material del que estará hecho nuestro primer ingreso a la cultura, la llamada socialización primaria. Dentro de ese material, los cuentos y relatos que lo incluyan guardarán posiblemente el más destacado tesoro. Ellos incluyen los elementos de la cultura que permiten convertir ese magma informe de Nicolás en nuestro más profundo universo atesorado.
Aquel que hace que la realidad no sea sólo “un duro golpe del despertar” (así menciona Lacan al encuentro con la realidad). Para que no sea sólo esto, sino que la vida sea ese universo mágico con dosis de realidad (no hay ficción sin realidad) al que nos interese ingresar. Ese velo magnífico y esa realidad son ingresados en niños y niñas por quien ejerza la función materna (madre, abuela, padre, tío o quien ejerza ese fragmento de función).
En los últimos tiempos, desde la década del `60 en nuestro país, los hombres ingresan cada vez más tempranamente en el mundo del niño. Este cambio hace que los hombres ingresen a ese primer tiempo de representación de realidad bajo la mirada de su propio género.
En el apéndice a la segunda edición que Freud agregara en 1912 en el texto sobre la Gradiva de Jensen, plantea que el psicoanálisis ha avanzado un paso más en la indagación literaria: desde el psicoanálisis se intenta ahora averiguar qué material de impresiones y recuerdos del poeta han contribuido a la formación de la obra literaria.
“…los progresos de la investigación psicoanalítica la han capacitado para someter a las creaciones de los poetas a un estudio diferentemente orientado. No busca ya en ellas una confirmación de los descubrimientos realizados en sujetos reales, enfermos de neurosis, sino que intenta también averiguar qué material de impresiones y recuerdos del poeta han contribuido a la formación de la obra, y por medio de qué procesos ha sido trasladado a la misma dicho material.” (Freud, La Gradiva)
Freud se explaya sobre este tema particular en El creador literario y el fantaseo. Le interesa saber de dónde extrae sus materiales el poeta. Le adjudica a éste una “maravillosa personalidad” y expresa su anhelo de descubrir al menos una actividad afín a la del poeta. (p.127)
En este artículo propone buscar en el niño las primeras huellas del quehacer poético. Establece una analogía entre el juego del niño y la actividad poética. Toma como eje la diferencia entre realidad y fantasía que tanto el niño como el poeta saben establecer, siempre apuntalados en objetos o situaciones vividas.
Señala a su vez que en la vida adulta el hombre encuentra sustitutos al juego en la fantasía, en las ensoñaciones diurnas y en el humor. A diferencia del niño, el adulto esconde sus fantasías, al decir de Freud, tal vez porque no es lo que se espera de él. “Su fantasía lo avergüenza por infantil y por no permitido.”
Va a responder parcialmente a su interrogante diciendo que ese material proviene también del “tesoro popular de los mitos, sagas y cuentos tradicionales, de los antiguos sueños del poeta cuando niño, y en el desdoblamiento múltiple de aspectos de su personalidad. (p. 135)
Bruno Bettelheim va a decir que ese material proviene también de los cuentos de hadas que los hombres han leído o escuchado en su infancia.
Cita al poeta alemán Schiller:
“El sentido más profundo reside en los cuentos de hadas que me contaron en mi infancia, más que en la realidad que la vida me ha enseñado.” (Bettelheim, 2003:11)
Me detengo especialmente en el punto en que Freud dice que el material proviene también de “los antiguos sueños del poeta cuando niño” y en el comentario de Schiller, de que los cuentos de hadas fueron los que aportaron más sentido a su vida que la misma realidad.
A partir de la lectura del comentario de algunos escritores –y de sus madres- ,propongo hacer un giro de 180 grados al planteo freudiano para preguntarnos de dónde extrae a su vez el niño el material para sus fantasías y ensueños.
La respuesta será para el primer tiempo vital: de la madre.
Es la figura materna la encargada de abonar el suelo de la imaginación, de los sueños diurnos, del terreno de la fantasía. Ese abono está “cargado”, catectizado libidinalmente por el afecto, por el “interés” de esa mujer u hombre que ocupe este aspecto de la función materna que es representarle al niño la “realidad”.
En el primer tiempo vital, hasta que el niño accede al maravilloso mundo de la escritura y la lectura, sólo llega a través del relato o la lectura que otros –adultos o niños mayores- puedan transmitirle, además del relato que transmiten en muchos casos las imágenes que acompañan el texto. Allí, el otro no puede dejar de aparecer en la entonación que le imprime al texto, en sus cadencias al hablar, en sus expresiones, en el momento en que decide interrumpir el relato, variarlo, continuarlo, restarle un elemento para “apresurareltrámitedel cuentonocturnoparapoderirseadormir”….
Sabemos que en este terreno hay madres y madres. La madre de Goethe parecía ser una relatora de cuentos fantásticos, tal como me gustaría a mí.
Este autor expresa haber recibido de su madre el placer de disfrutar de la vida y el gusto por la fantasía. Citamos a continuación un relato de su madre al llegar a la vejez en el que cuenta de qué modo contaba ella sus cuentos a su hijo:
Yo le presentaba el aire, el fuego, el agua y la tierra como hermosas princesas y todas las cosas naturales adquirían un significado más profundo….inventábamos caminos entre las estrellas y personas muy sabias con las que podíamos encontrarnos…Él me contemplaba extasiado; y si el destino de uno de sus personajes favoritos no era el que él deseaba, yo percibía el mal humor que expresaba en su rostro, los esfuerzos que tenía que hacer para no echarse a llorar. A veces me interrumpía y me decía: `mamá, la princesa no se casará con el sastrecillo pobre, aunque él mate al gigante´, y entonces yo interrumpía el relato y posponía la catástrofe para el otro día. De esta manera, mi imaginación era sustituida, a menudo, por la suya; y cuando a la mañana siguiente yo arreglaba la narración de acuerdo con sus sugerencias y le decía, `lo adivinaste, así es como sucedió´, se emocionaba y casi se podía ver cómo palpitaba su corazón.” (Bettelheim,
En una carta a su hermano, Passolini le reconoce a su madre el hecho de ser poeta:
Hoy vino a visitarme mi madre y partió al poco tiempo. Pensando en ella experimento una dolorosa sensación de amor; me quiere demasiado, y también yo. Yo soy poeta por ella. Me escribió una carta que me hizo arder en la garganta un ardor de llanto.
Río y sufro con profunda decisión. La risa es verdadera, el sufrimiento es congénito.
Pasiones Heréticas. Pier Paolo Passolini. P. 64.,
Me detengo en el punto referido a lo que de esa madre se proyectaba en el relato, ya que ese es el abono propiamente materno al universo fantástico. El que cuenta hace una traducción infiel del relato. Nunca leerá “tal cual”, y ese atravesamiento lo transforma en una nueva representación en la que el relator (también el lector) imprime su sello.
Niños y niñas a su vez participan activamente de esa construcción, acomodando el relato a las propias representaciones y posibilidades comprensivas.
Así, el relato del texto va conformando una especie de cúpula imaginaria en la que el relator (función materna) y el niño-niña se sumergen y construyen un tiempo – espacio que se funde con el real. El relato construido al modo en que lo realizaba la madre de Goethe es un relato que invita a la construcción de ese espacio potencial del que hablaba Winnicott, en el que madre y niño quedaban creando un espacio tercero que los incluía. La literatura adoptaría entonces, en términos topológicos, el espesor de la frontera representacional. Pero ese maravilloso mundo roussoniano pronto se vendría a quebrar.
CRASH!
Capítulo 2. Traspasando la cúpula imaginaria. Por suerte existen las madrastras, y la literatura infantil se acordó de ellas.
Sucede que esa maravillosa madre que cuida, cambia los pañales y además cuenta cuentos y todo tipo de relatos fantásticos, por momentos deja de ser suave, dócil y protectora. Los pelos se le erizan, hemos llegado a ver cómo le salían unos enormes cuernos en la cabeza que aumentaban proporcionalmente a su enojo (del mismo modo en que crecía la nariz de pinocho en proporción con sus mentiras), los ojos se agigantaban saliéndose de sus órbitas, le crecían las uñas hasta transformarse en garras… ya no es mi madre! Es un monstruo devorador!
Créanme, hasta la más maravillosa de las madres es capaz de devorar al más magnífico niño del psicoanálisis. No hay niño o niña que en algún momento no haya temido ser devorada por una ballena, un lobo o picado por la más indefensa de las arañas que teje y teje para capturar a su presa: su hijto/a adorado.
Los cuentos infantiles, y especialmente los cuentos de hadas aportan los elementos para las más variadas versiones de las historias que todos nos hemos representado en el primer tiempo de nuestras vidas. ¿Por qué creen que Freud dio en llamar a esta construcción la “novela” familiar?
Porque es eso: una novela construida con retazos de vivencias, lecturas y fantasías…todas prestadas por la cultura, todas vueltas a representar en la vida privada y la genealogía ampliada.
Gracias a los mecanismos propios del inconsciente: condensación, desplazamiento, proyección, y otros, una madre bondadosa puede transformarse en la malvada madrastra del cuento y mantener a salvo así a la propia madre antes del naufragio.
Las madrastras de los cuentos permiten al niño descargar en ellas todas las pulsiones agresivas sin tener sentimiento alguno de culpabilidad. Así, los cuentos representan una tranquilizadora disociación de la figura materna: la madre “de verdad”, esa, la buena en los cuentos generalmente ha muerto (¡no vaya a ser cosa que viva y se transforme!).
La otra, la mala no es la madre… ¡es la madrastra! Y siempre es muuuy mala, lo cual justifica la agresión que el niño/a siente sin que la madre querida sufra ningún tipo de transformación, liberando al hijo del sentimiento de culpa que tendría si descargara en la madre “buena” su agresión.
Los cuentos de hadas fueron los que más se ocuparon de esta temática, rescatando una figura no siempre maléfica para convertirla en tal. Este movimiento le permite al niño dos cuestiones primordiales: conservar indemne la imagen interna de la madre buena, lo cual le brinda una plataforma de seguridad y le permite evitar que se sienta destruido al experimentar a su madre como una persona malvada. En el cuento de Caperucita Roja, la abuela se transforma en un lobo que amenaza con destruir a la nieta. Para un niño/a, es más soportable la representación imaginaria de esta escena terrible que vivenciar la transformación de su propia abuela cuando el niño ha dicho una mala palabra.
El cuento de hadas le permite al niño avanzar en la integración de la realidad al atravesarla con el mundo imaginario, poniéndole un velo. Este movimiento psíquico defensivo permite al hombre aún en la vida adulta transformar la realidad más cruda sin tener que recurrir a la negación de la realidad para poder soportarla. Podemos imaginarizar la más terrible realidad si contamos con elementos simbólicos que nos permitan la elaboración psíquica de hechos difíciles, traumáticos o sumamente dolorosos.
En este segundo período vital, el niño necesita experimentar algún enojo con su madre para poder traspasar la cúpula imaginaria que los psicoanalistas llamaríamos la célula madre fálica-hijo narcisista. Sin hacer lugar a esas transformaciones no sería posible una separación entre ambos. Separación necesaria para avanzar un poco más allá.
Pero para que este avance se produzca del modo más aliviado posible, sería ideal que el niño lleve consigo su propio mundo imaginario que se ha empezado a construir en ese lugar primero.
Con esos elementos, la salida será menos traumática, más ligera, más pensada como una aventura, con la tranquilidad de que siempre se puede volver si se traza un camino para un juego inicial de presencias y ausencias (el fort-da) del que habla Freud en el vínculo con la madre.
Existen muchos cuentos que hablan de esta salida, incluso de la salida de la casa de los padres, como Pulgarcito, y muchos otros cuentos que hablan de la aventura de la salida, en la que generalmente los niños se pierden en el bosque, muchas veces huyendo de la madrastra malvada. Los cuentos de hadas le presentan situaciones terriblemente peligrosas que deberán atravesar, pero al mismo tiempo les muestran que, si se proponen resolverlas, llegarán con éxito al final de la empresa, habiendo conseguido incluso alguna ganancia..
El hecho de situar los relatos en tiempos y lugares lejanos deja al mismo tiempo al niño con la tranquilidad psíquica de que el peligro es lejano, que se puede tomar de diferentes modos distancia de él.
La dimensión del cuento de hadas invita a un mundo irreal, pero no por ello falso, ya que la irrealidad responde al mismo tiempo a un encuentro con un universo que se asemeja con sentimientos interiores vivenciados por el niño. Estos cuentos ponen énfasis en el camino de salida, de crecimiento, y en el proceso de cambio, tomando a su cargo el relato de las más frecuentes fantasías infantiles.
En algún momento del camino, el niño se encuentra con otros que lo ayudan, que ya no son ni la madre ni el padre. Son: los 7 enanitos del bosque, algún animalito del mismo bosque o de otro, o la terrorífica figura (del gigante por ejemplo) que en algún momento se transforma en bondadosa.
Capítulo 3. La socialización secundaria. La escuela: una nueva selva imaginaria.
Frente a la doble prohibición que realiza el padre hacia el final del Complejo de Edipo: no te acostarás con tu madre (le dice al hijo) y no reintegrarás tu producto, el niño no regresará jamás a tu vientre (le dice a la madre), la cúpula inicial se transforma en dos copas, una pequeña y la otra grande. La pequeña sale al mundo a copular, buscando reemplazar el objeto perdido y decidido a tomar todo lo que pueda con esa copa abierta.
Maestros y maestras se transforman allí en aquel otro que ayuda cuando el niño o niña salen de aquella esfera aseguradora.
Temores, ansiedades e inseguridades se renuevan y reactivan a partir de esta nueva salida – encuentro con el universo de la lengua, esta vez en versión escrita.
Así relata este momento Ziraldo, un escritor de literatura infantil en el cuento El niño de la historieta:
Había una vez un chico que vivía en una historieta. Era feliz en ese mundo de cuadritos de colores, codeándose con Superman y el Hombre Araña. Pero un día, de repente, las imágenes desaparecieron. El chico descubrió entonces, con sorpresa, que había otro mundo en blanco y negro, lleno de palabras y de ideas, y que mil nuevas aventuras lo estaban esperando a él.
Así, el pequeño territorio se transforma en mundo gigante: en un más allá. Nuevamente en la escuela se abre la dimensión de la representación de la realidad. La función docente podrá adoptar también esta función. Podrá hacerlo de muy diversas formas. El pizarrón, pantalla de televisión, computadora, podrán transformarse en ventanas abiertas para descubrir los enigmas de la vida, podrá configurarse como el escenario para recrear las diferentes versiones de los hechos, de las geografías, de los números y de las letras. Convirtiendo la enseñanza en un “contagio” de las ganas de saber, donde, como dice Daniela Thomas en la presentación de una colección de cuentos:
…las letras, cansadas del aburrimiento de las filas indias en todas las páginas de todos los libros, salgan animadísimas de la punta de la pluma para participar de una fiesta sin fin… para quedarse con los ojos abiertos y el corazón acelerado de un niño en el circo, otra vez.
Otra opción será dejar cerrada esa ventana para transformar el aula en un ámbito cerrado, empobrecido, reproductivista, donde las respuestas están escritas de antemano y sólo resta copiar.
Pero muchos de ustedes me dirán: no todos los chicos y chicas llegan a la escuela habiendo transitado los capítulos de esta historia.
Lamentablemente, al menos desde la mirada de una generación, la de los niños de los años 60 que tuvimos el privilegio de transitar esa dimensión encantada, sumamente promovida por los diferentes sectores culturales e intelectuales de nuestro país, no siempre esto es así.
A veces hubo una cúpula dañada, perdida, momentánea, breve, pero siempre algo hay si uno ayuda al niño a volver atrás a recuperar los restos desgajados de su origen, de sus recuerdos, de los recuerdos de padres o abuelos.
Desde esta perspectiva al menos, no hay otro modo de constitución – construcción sin ese acompañamiento.
En este recorrido, los cuentos de hadas y la literatura en general colaboran con la construcción de universos fantasmáticos. Universos que permiten tanto al niño/a como al adulto poner los pies en la tierra, pero también despegar cuando la realidad es del orden del horror, cosa frecuente en la actualidad. La fantasía permite poner un velo a esa realidad horrorosa sin desconocerla, pero haciendo que no se torne siniestra para poder abordarla. Me refiero a que la fantasía acaba siendo un lugar de alojamiento para el sujeto, lugar en el que es posible instalarse. La fantasía también conforma un marco delimitado que cada sujeto construye en función de sus posibilidades y elecciones.
Por supuesto, siempre digo, para que un maestro pueda invitar a un alumno a esa “selva imaginaria”, tiene que conocerla y habitarla con él.
Allí donde no hubo socialización primaria, la secundaria no encuentra lugar. Hay que volver a empezar.
Lo que quiero decir es que sin cúpula, no hay copa ni cópula. Cópula que puede situar el saber por la vía del amor, del dolor de descubrir lo que nos daña o aquello contra lo que no podemos, pero también de la alegría de compartir con los otros el reencuentro de lo viejo, y el hallazgo de la novedad.
Bibliografía:
Alves Pinto, Ziraldo. El pibe de la historieta.
Bettelhiem, Bruno. Psicoanálisis de los cuentos de hadas. Barcelona: Crítica. 2003.
---------------------, Zelan Karen. Aprender a leer. Barcelona: Crítica. 1983.
Freud, Sigmund.[1908] El creador literario y el fantaseo. Buenos Aires: Amorrortu Editores. Obras Compeltas. 1983.
Mannoni, Octave. Un intenso y permanente asombro. Barcelona: Gedisa. 1989.
Thomas, Daniela, Portada, en Alves Pinto, Ziraldo. Al este de la E. Buenos Aires: Emece. 1990.
Passolini, Pier Paolo. Pasiones heréticas. Correspondencia 1940-1975. Buenos Aires: El cuenco de plata. 2005.
Winnicott, Donald. Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. 1979.
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