TOÑITO

Versión libre del cuento

“Toñito el invisible” de Gianni Rodari

 

Les voy a contar a continuación la historia de Toñito.

 

El es un chico como cualquiera, como vos, como el o como tantos.

 

Toñito tiene sueños, ilusiones y también miedos como cualquier chico de su edad. Le encanta jugar a la pelota. Si por él fuera se pasaría todo el día jugando al fútbol, pero su familia le hace notar que así como tiene el derecho a jugar, también tiene el derecho a estudiar.

 

Un día sucedió que Toñito no había estudiado para la prueba que la señorita iba a tomar de Ciencias Sociales, y esa vez no era porque había  estado jugando a la pelota, había estado con un estado gripal, días antes, que lo había dejado medio debilucho.

 

Entonces, la verdadera historia de Toñito comienza cuando suena el inefable despertador a las siete y cuarto de la mañana de un hermoso día lunes.

 

(Suena de fondo la alarma del despertador)

 

Toñito:-¡Uy, no! Es lunes (se agarra la  cabeza mientras bosteza), pero lo peor de todo es que tengo prueba de sociales y no estudié nada.

 

(Entra al cuarto la mamá muy apurada y empieza a correr las cortinas y a levantar las persianas)

 

Mamá:-¡Vamos, Toñito!... ¡Arribaaaaaaa!

 

Toñito:-Si, ya voy má.

 

(Sale la mamá tan apurada como entró)

 

Mientras se levanta Toñito piensa que tiene que encontrar una forma para poder hacerse incorpóreo, intangible, etéreo... invisible.

 

Toñito: -Tiene que existir un modo, una fórmula  para ser invisible.

 

(Entra, con paso lento y con ayuda de un bastón, la  abuela)

 

Abuela:-¡Buenos días Toñito! ¡Vamos...arriba remolón! Los míos si que eran sacrificios para ir a la escuela. Me levantaba a las cinco y media de la mañana, ordeñaba a la vaca, desayunaba y después me iba a la escuela a caballo... ¡Si, a caballo, tal como lo oís!

 

Y  vos que tenés la escuela a seis cuadras, que no tenés que viajar a caballo por el medio del desolado campo, ¿por qué no valorás eso?

 

(Vuelve la mamá)

 

Mamá:-Vamos Toñito, ¡a leche se enfría!

 

Mientras desayuna Toñito le contó a su mamá que deseaba faltar porque no había estudiado para la prueba, y la mamá le negó el permiso para faltar, haciéndole recordar que ir al colegio es una obligación.

 

Toñito emprendió su camino hacia la escuela con actitud derrotista y con un profundo deseo de hacerse invisible.

 

Llegó a la escuela, no saludó a nadie y se formó último en la fila, ya que ese era su lugar por ser un chico alto.

 

Entraron al aula, se sentaron y llegó la señorita que comenzó a pasar los ausentes del día  en el registro y comentó:-¿No saben qué le pasó a Toñito que faltó?

 

Sorprendido, no  podía creer que su deseo se había cumplido.

 

Para comprobar su nuevo estado de invisibilidad decidió gritar:-¡Aquí estooooy! ¡Soy yooooo, Toñito! Pero nadie lo escuchó.

 

Saltó de alegría y pasó por al lado de sus compañeros sin que nadie advirtiera su presencia. El objetivo estaba logrado: era in-vi-si-ble.

 

Decidió entonces salir de la escuela, ir a la plaza del barrio para jugar a la pelota con los chicos que concurren a la misma escuela pero  por la tarde y tienen toda la mañana disponible. Pronto descubrió que ser invisible también tiene sus desventajas.

 

Cuando se acercó a los chicos y les habló, nadie lo escuchó, y por ende, nadie le pasó la pelota.

 

Resolvió ir hasta la heladería donde, don Pascual fabricaba los helados más ricos del barrio. Pero... no había manera de que le dieran un helado porque nadie, absolutamente nadie, lo podía  ver, ni oír.

 

Recordó que Paulita, una compañera de la escuela festejaba su cumpleaños y había invitado a todos los chicos del grado  a almorzar a  su casa.

 

Hizo tiempo en la plaza mientras observaba con tristeza e impotencia, qué felices eran sus amigos jugando a la pelota.

 

Cuando llegó la hora se dirigió al domicilio de Paula..

 

Tocó timbre varias veces, pero fue inútil. Nadie le abrió porque el timbre nunca sonó.

 

Parado en la puerta veía, casi con bronca, como ingresaban sus amigos. Se sentó en la puerta y mientras escuchaba como adentro se divertían sus amigos, se echó a llorar desconsoladamente. Lloró mucho, ya no era divertido ser invisible.

 

Desilusionado y meditabundo volvió a la plaza y se sentó en un banco bajo la sombra de unos añosos eucaliptos.

 

Se le acercaron unos chicos de la calle de su misma edad, con ropa sucia y descalzos. Al rato entablaron un diálogo.

 

Toñito no podía creer cómo ellos sí podían verlo. Los chicos le explicaron que ellos eran los invisibles, ya que la gente que  los mira con una mezcla de lástima y ternura, dan vuelta la cabeza  rápidamente porque no pueden hacer nada por ellos, y los que sí pueden cambiarles el destino, directamente los ignoran.

 

Toñito los saludó y les dio las gracias. Los chicos no entendieron muy bien por qué les agradeció al despedirse.

 

Mientras volvía a su casa saludaba enérgicamente a los vecinos del barrio quienes le devolvían el saludo. Para Toñito era una buena señal para confirmar que ya no era invisible.

Por fin llegó a la vereda de baldosas en damero blanco y negro y antes que llegue a la puerta, salió la mamá quien lo recibió con un fuerte abrazo y un beso grandote.

 

Toñito no supo explicar lo sucedido ese día, lo único que sí le quedó claro que jamás volvería a anhelar ser invisible.

 

Graciela Monescau

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