Les voy a contar a
continuación la historia de Toñito.
El es un chico como
cualquiera, como vos, como el o como tantos.
Toñito tiene
sueños, ilusiones y también miedos como cualquier chico de su
edad. Le encanta jugar a la pelota. Si por él fuera se pasaría
todo el día jugando al fútbol, pero su familia le hace notar
que así como tiene el derecho a jugar, también tiene el
derecho a estudiar.
Un día sucedió que
Toñito no había estudiado para la prueba que la señorita iba a
tomar de Ciencias Sociales, y esa vez no era porque había
estado jugando a la pelota, había estado con un estado gripal,
días antes, que lo había dejado medio debilucho.
Entonces, la
verdadera historia de Toñito comienza cuando suena el inefable
despertador a las siete y cuarto de la mañana de un hermoso
día lunes.
(Suena de fondo la
alarma del despertador)
Toñito:-¡Uy, no! Es
lunes (se agarra la cabeza mientras bosteza), pero lo peor de
todo es que tengo prueba de sociales y no estudié nada.
(Entra al cuarto la
mamá muy apurada y empieza a correr las cortinas y a levantar
las persianas)
Mamá:-¡Vamos,
Toñito!... ¡Arribaaaaaaa!
Toñito:-Si, ya voy
má.
(Sale la mamá tan
apurada como entró)
Mientras se levanta
Toñito piensa que tiene que encontrar una forma para poder
hacerse incorpóreo, intangible, etéreo... invisible.
Toñito: -Tiene que
existir un modo, una fórmula para ser invisible.
(Entra, con paso
lento y con ayuda de un bastón, la abuela)
Abuela:-¡Buenos
días Toñito! ¡Vamos...arriba remolón! Los míos si que eran
sacrificios para ir a la escuela. Me levantaba a las cinco y
media de la mañana, ordeñaba a la vaca, desayunaba y después
me iba a la escuela a caballo... ¡Si, a caballo, tal como lo
oís!
Y vos que tenés la
escuela a seis cuadras, que no tenés que viajar a caballo por
el medio del desolado campo, ¿por qué no valorás eso?
(Vuelve la mamá)
Mamá:-Vamos Toñito,
¡a leche se enfría!
Mientras desayuna
Toñito le contó a su mamá que deseaba faltar porque no había
estudiado para la prueba, y la mamá le negó el permiso para
faltar, haciéndole recordar que ir al colegio es una
obligación.
Toñito emprendió su
camino hacia la escuela con actitud derrotista y con un
profundo deseo de hacerse invisible.
Llegó a la escuela,
no saludó a nadie y se formó último en la fila, ya que ese era
su lugar por ser un chico alto.
Entraron al aula,
se sentaron y llegó la señorita que comenzó a pasar los
ausentes del día en el registro y comentó:-¿No saben qué le
pasó a Toñito que faltó?
Sorprendido, no
podía creer que su deseo se había cumplido.
Para comprobar su
nuevo estado de invisibilidad decidió gritar:-¡Aquí estooooy!
¡Soy yooooo, Toñito! Pero nadie lo escuchó.
Saltó de alegría y
pasó por al lado de sus compañeros sin que nadie advirtiera su
presencia. El objetivo estaba logrado: era in-vi-si-ble.
Decidió entonces
salir de la escuela, ir a la plaza del barrio para jugar a la
pelota con los chicos que concurren a la misma escuela pero
por la tarde y tienen toda la mañana disponible. Pronto
descubrió que ser invisible también tiene sus desventajas.
Cuando se acercó a
los chicos y les habló, nadie lo escuchó, y por ende, nadie le
pasó la pelota.
Resolvió ir hasta
la heladería donde, don Pascual fabricaba los helados más
ricos del barrio. Pero... no había manera de que le dieran un
helado porque nadie, absolutamente nadie, lo podía ver, ni
oír.
Recordó que Paulita,
una compañera de la escuela festejaba su cumpleaños y había
invitado a todos los chicos del grado a almorzar a su casa.
Hizo tiempo en la
plaza mientras observaba con tristeza e impotencia, qué
felices eran sus amigos jugando a la pelota.
Cuando llegó la
hora se dirigió al domicilio de Paula..
Tocó timbre varias
veces, pero fue inútil. Nadie le abrió porque el timbre nunca
sonó.
Parado en la puerta
veía, casi con bronca, como ingresaban sus amigos. Se sentó en
la puerta y mientras escuchaba como adentro se divertían sus
amigos, se echó a llorar desconsoladamente. Lloró mucho, ya no
era divertido ser invisible.
Desilusionado y
meditabundo volvió a la plaza y se sentó en un banco bajo la
sombra de unos añosos eucaliptos.
Se le acercaron
unos chicos de la calle de su misma edad, con ropa sucia y
descalzos. Al rato entablaron un diálogo.
Toñito no podía
creer cómo ellos sí podían verlo. Los chicos le explicaron que
ellos eran los invisibles, ya que la gente que los mira con
una mezcla de lástima y ternura, dan vuelta la cabeza
rápidamente porque no pueden hacer nada por ellos, y los que
sí pueden cambiarles el destino, directamente los ignoran.
Toñito los saludó y
les dio las gracias. Los chicos no entendieron muy bien por
qué les agradeció al despedirse.
Mientras volvía a
su casa saludaba enérgicamente a los vecinos del barrio
quienes le devolvían el saludo. Para Toñito era una buena
señal para confirmar que ya no era invisible.
Por fin llegó a la
vereda de baldosas en damero blanco y negro y antes que llegue
a la puerta, salió la mamá quien lo recibió con un fuerte
abrazo y un beso grandote.
Toñito no supo
explicar lo sucedido ese día, lo único que sí le quedó claro
que jamás volvería a anhelar ser invisible.
Graciela Monescau |