Suele darse una importancia superficial a los números que
aparecen en los cuentos tradicionales; importancia más o menos
ligada a una supuesta “magia” del número 3, del número 7, del
número 12... El atractivo de estas cifras descansa en
creencias, supersticiones, astrologías y esoterismos varios.
No hemos de prestarles mucha atención a tales elucubraciones,
a menudo meras coincidencias, si queremos avanzar seriamente
en lo que de verdad importa: la importancia estructural de
estos números en la narrativa de tradición oral y lo que
aportan al sentido.
Entre los muchos descubrimientos de Vladimir Propp (Morfología
del cuento) figura el hecho sorprendente de que los cuentos
maravillosos se definen como relatos de siete personajes:
héroe, falso héroe, agresor, donante del objeto mágico,
princesa, padre de la princesa (rey) y auxiliares del héroe.
Cada uno de estos personajes tiene su propia esfera de acción
y pueden aparecer bajo distintos aspectos (sobre todo el
agresor y los auxiliares), pero siempre suman siete. ¿Por qué
? Puede uno elucubrar lo que quiera, pero el hecho es que son
ese número y que la articulación del relato los necesita a
todos. Si uno bien se fija, cualquier historia inventada puede
reducirse a ese mismo esquema, incluso las más banales: chico,
chica, contrincante, mediador, la familia de la chica, el
amigo o los amigos del chico, algún intruso que se hace pasar
por el chico... En los relatos inventados puede faltar este o
aquel, pero no en los auténticos cuentos maravillosos (Juan el
Oso, Blancaflor, La Serpiente de siete cabezas...)
Por cierto, acaba de aparecer otra vez el número siete en la
cabeza de ese monstruo, la hydra. Lo volveremos a encontrar en
El caballito de siete colores (los del arco iris) y así en
otros. No veo en ello más que un simple reflejo de la
costumbre, la cultura simbólica de este número (siete plagas
del Egipto, siete días de la semana...)
Siguiendo con nuestra búsqueda estructural, de articulación
más o menos oculta del sistema narrativo, son muy importantes
también el número 3 y el número 2, los planteamientos
triangulares y duales que están en la base del conjunto. Para
empezar, los cuentos de tradición oral se clasifican en tres
grandes grupos: maravillosos, de costumbres, de animales.
Entre las muchas correspondencias de esta estructuración,
podemos recordar que el intelecto se compone básicamente de
tres cosas: inteligencia, memoria, imaginación. Y que el
universo filosófico de Jacques Lacan, por ejemplo, está muy
cerca de aquella tríada: lo simbólico (cuentos maravillosos),
lo real (cuentos de costumbres), lo metafórico (cuentos de
animales). En segundo lugar, cada uno de esos grupos se
constituye en ciclos (ver nuestros Cuentos al amor de la
lumbre). En tercer lugar, cada cuento se expresa en versiones
concretas. Dentro de cada cuento, y para reforzar esa
estructuración, los cuentos suelen contener una buena
profusión de elementos en número de tres: tres pruebas
difíciles, tres hermanas costureras, tres hijos de un rey...
Pero sobre todo, porque es estructural también, el relato
mismo puede ser reducido a un esquema en tres: carencia
inicial, conflicto, solución final. Algunos psicólogos
atribuyen este predominio del 3 a que la memoria recuerda
mejor las cosas que así se enumeran; pero hay interpretaciones
para todos los gustos.
La estructuración dual, si cabe, es aún más interesante. Uno
de mis descubrimientos que más estimo, al cabo de bregar
tantos años con los cuentos populares, es que muchos cuentos
poseen un contracuento, esto es, una versión contraria, que se
lo opone en el contenido y por tanto en el mensaje. Así El
gallo Kirico se opone a El medio pollito (un cuento, por
cierto, que interesó a Lacan en uno de sus seminarios), esto
es, el gallo presumido frente al gallo humilde; otro ejemplo
que me gusta citar es la existencia de un verdadero Bello
Durmiente (Cuentos al amor de la lumbre, 6), que desapareció
bajo la presión burguesa del modelo femenino. También había un
“Ceniciento” (Cuentos al amor de la lumbre, 25); también
versiones humorísticas de cuentos de miedo, y cuentos
chocarreros que vapuleaban al poder establecido, siguiendo el
esquema del cuento maravilloso, pero con un sentido burlesco
muy acusado (Cuentos..., 23, 24, 25, 95). Este último, La mata
de albahaca o La niña que riega las albahacas, un auténtico
contramodelo cultural destinado a la burla de príncipes
abusadores y cuento feminista avant la lettre. Lo que ocurre
es que estos cuentos casi nunca pasaron a la letra impresa,
pero eran portadores de un sentido crítico extraordinario que
la tertulia campesina cuidaba y prácticamente escondía a la
mirada, a menudo impertinente, del erudito. Como escondía el
verdadero valor de los números, no en supercherías, sino en
las estructuras profundas del relato. |