LA FUERZA DE LOS NÚMEROS EN LOS CUENTOS TRADICIONALES

por Antonio Rodríguez Almodovar

Suele darse una importancia superficial a los números que aparecen en los cuentos tradicionales; importancia más o menos ligada a una supuesta “magia” del número 3, del número 7, del número 12... El atractivo de estas cifras descansa en creencias, supersticiones, astrologías y esoterismos varios. No hemos de prestarles mucha atención a tales elucubraciones, a menudo meras coincidencias, si queremos avanzar seriamente en lo que de verdad importa: la importancia estructural de estos números en la narrativa de tradición oral y lo que aportan al sentido.

Entre los muchos descubrimientos de Vladimir Propp (Morfología del cuento) figura el hecho sorprendente de que los cuentos maravillosos se definen como relatos de siete personajes: héroe, falso héroe, agresor, donante del objeto mágico, princesa, padre de la princesa (rey) y auxiliares del héroe.  Cada uno de estos personajes tiene su propia esfera de acción y pueden aparecer bajo distintos aspectos (sobre todo el agresor y los auxiliares), pero siempre suman siete. ¿Por qué ? Puede uno elucubrar lo que quiera, pero el hecho es que son ese número y que la articulación del relato los necesita a todos. Si uno bien se fija, cualquier historia inventada puede reducirse a ese mismo esquema, incluso las más banales: chico, chica, contrincante, mediador, la familia de la chica, el amigo o los amigos del chico, algún intruso que se hace pasar por el chico... En los relatos inventados puede faltar este o aquel, pero no en los auténticos cuentos maravillosos (Juan el Oso, Blancaflor, La Serpiente de siete cabezas...)

Por cierto, acaba de aparecer otra vez el número siete en la cabeza de ese monstruo, la hydra. Lo volveremos a encontrar en El caballito de siete colores (los del arco iris) y así en otros. No veo en ello más que un simple reflejo de la costumbre, la cultura simbólica de este número (siete plagas del Egipto, siete días de la semana...)

Siguiendo con nuestra búsqueda estructural, de articulación más o menos oculta del sistema narrativo, son muy importantes también el número 3 y el número 2, los planteamientos triangulares y duales que están en la base del conjunto. Para empezar, los cuentos de tradición oral se clasifican en tres grandes grupos: maravillosos, de costumbres, de animales. Entre las muchas correspondencias de esta estructuración, podemos recordar que el intelecto se compone básicamente de tres cosas: inteligencia, memoria, imaginación. Y que el universo filosófico de Jacques Lacan, por ejemplo,  está muy cerca de aquella tríada: lo simbólico (cuentos maravillosos), lo real (cuentos de costumbres), lo metafórico (cuentos de animales). En segundo lugar, cada uno de esos grupos se constituye en ciclos (ver nuestros Cuentos al amor de la lumbre). En tercer lugar, cada cuento se expresa en versiones concretas. Dentro de cada cuento, y para reforzar esa estructuración, los cuentos suelen contener una buena profusión de elementos en número de tres: tres pruebas difíciles, tres hermanas costureras, tres hijos de un rey... Pero sobre todo, porque es estructural también, el relato mismo puede ser reducido a un esquema en tres: carencia inicial, conflicto, solución final. Algunos psicólogos atribuyen este  predominio del 3 a que la memoria recuerda mejor las cosas que así se enumeran; pero hay interpretaciones para todos los gustos.

La estructuración dual, si cabe, es aún más interesante. Uno de mis descubrimientos que más estimo, al cabo de bregar tantos años con los cuentos populares, es que muchos cuentos poseen un contracuento, esto es, una versión contraria, que se lo opone en el contenido y por tanto en el mensaje. Así El gallo Kirico se opone a El medio pollito (un cuento, por cierto, que interesó a Lacan en uno de sus seminarios), esto es, el gallo presumido frente al gallo humilde; otro ejemplo que me gusta citar es la existencia de un verdadero Bello Durmiente  (Cuentos al amor de la lumbre, 6), que desapareció bajo la presión burguesa del modelo femenino. También había un “Ceniciento” (Cuentos al amor de la lumbre, 25); también versiones humorísticas de cuentos de miedo, y cuentos chocarreros que vapuleaban al poder establecido, siguiendo el esquema del cuento maravilloso, pero con un sentido burlesco muy acusado (Cuentos..., 23, 24, 25, 95). Este último, La mata de albahaca o La  niña que riega las albahacas, un auténtico contramodelo cultural destinado a la burla de príncipes abusadores y cuento feminista avant la lettre. Lo que ocurre es que estos cuentos casi nunca pasaron a la letra impresa, pero eran portadores de un sentido crítico extraordinario que la tertulia campesina cuidaba y prácticamente escondía a la mirada, a menudo impertinente, del erudito. Como escondía el verdadero valor de los números, no en supercherías, sino en las estructuras profundas del relato. 

 

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