Que el niño aprenda a escribir tiene un
valor emblemático singular para cada familia.
Para el niño conlleva un valor de prueba
iniciática, pues es a través de ella que marcará el ingreso al mundo
de la cultura; la entrada a un mundo exogámico. Este aprendizaje
supone una ruptura con el medio familiar, porque se sitúa en el
ámbito del aprendizaje sistemático.
La escritura es una particular forma de
representación, que es la continuación del dibujo, de aquellos
garabatos que realizaba con tanto entusiasmo.
Saber escribir es una herramienta que se
adquiere y se perfecciona en la escuela. Es importante como
actividad escolar porque es imprescindible su uso en la sociedad.
La escritura puede resultar una aventura
fascinante para el niño, una experiencia interesante, valiosa y
agradable. Depende de las impresiones que reciba de sus padres y del
ambiente que lo rodea y del estímulo que reciba de la escuela.
Hay un gran placer y satisfacción cuando
uno puede escribir. A través de la escritura, se abre un mundo de
experiencias maravillosas, en el que se pueden expresar y transmitir
mensajes; comunicarse en otro código, inventar textos propios
vehiculizadores de deseos.
Hay niños que tienen una vivencia penosa,
frustrante y llena de padecimientos. Presentan una escritura
enrarecida, escriben sin separar las palabras o las sílabas, omiten
letras, las invierten o las confunden. Es una escritura enmarañada,
extraña, que ellos mismos no pueden leer.
Niños con dificultad para discriminar
códigos que, atrapados en un pasado que los retiene, no pueden salir
de las significaciones familiares.
No poder escribir como sus compañeros,
como la maestra le demanda, perturba al niño.
Algo del orden de su subjetividad le
impide el acceso a la producción simbólica que se manifiesta en el
lenguaje escrito; algo de su sufrimiento se está expresando allí,
algo que debe ser escuchado. |