Si bien son muy escasos los
textos escritos que se conocen de los antiguos galos, muchos de ellos
tienen relación directa con las actividades druídicas.
Los druidas, en la
religión de los antiguos pueblos celtas, eran las personas que ejercían
funciones de sacerdotes, los bardos y vates (poetas) y los magos
(adivinos).
Etimológicamente, la palabra
druida procede del galo dru-(u)id, que tenía el sentido de 'dueño de la
ciencia' o 'muy sabio'.
Los druidas más famosos de la
historia, fueron los establecidos en las Galias y en las Islas Británicas,
y se los consideraba depositarios de toda la tradición oral de los pueblos
celtas. Y es justamente allí, en las Islas Británicas donde nació Richard
Cathbad, mi vecino. Se trata de un señor de unos cincuenta años, de muy
buen aspecto, con unos helados ojos azules, pero agradable, servicial y
amante de la lectura, que, como vive solo, muchas veces me ha invitado a
compartir un café, para conversar y pasar el rato.
Ah, me olvidaba de recordarles
que los Druidas creían en su inmortalidad.
En realidad, no sé si se trata
de una excentricidad o lo dijo para impresionarme pero mi vecino, Richard
Cathbad, dice haber sido consejero del rey Conchobar de Ulster y por
supuesto, se declara Druida.
Debo reconocer que esta
confesión me causó algo de miedo, pero… luego comenzó a narrarme algunas
de sus vivencias druídicas y quedé maravillada en medio de su relato.
La curiosidad, me llevó a
preguntarle si existían druidas femeninos. Me dijo que sí y que recibían
el nombre meigas o diosas, que todas habían nacido un día 7 del mes de
julio y que eran la séptima mujer parida en la familia. Me explicó que lo
que confería a una mujer condiciones druídicas era la relación con el
número 7 y que la conjunción de 7, 7 y 7 en una persona le otorgaba
poderes especiales.
Lo que voy a contarles ahora,
no es más que una de las muchas historias referidas por Richard café de
por medio.
Se trata de la Reina Maga
Cerrid gwenn, una bella mujer que se propuso
encontrar la pócima otorgaba el don de la Sabiduría.
Cerrid gwenn,
llevó al bosque sus elementos de alquimia junto con sus ilusiones. Eligió
el nogal más vivo de todo el bosque, y digo vivo por la gran cantidad de
pájaros que en él anidaban, e instaló a su sombra el más mágico de sus
calderos. Pacientemente fue mezclando 6 gotas de entendimiento, 4 pétalos
de rosa, 7 gotas de consejo y 1 ala de mariposa, una pizca de piedad, 3
gotas de conocimiento, 5 estelas de cometa, 2
cucharaditas de fortaleza y revolvió y revolvió. Y lo empezó a cocer.
Por un año
y un día, sin parara un segundo, amorosamente cultivó la llama de su
caldero. Adaptó y readaptó la receta, le agregó pétalos de jazmín.
No se
detuvo un solo día, persistió en su tarea y finalmente rescató del caldero
unas pocas gotitas mágicas que guardó celosamente en un frasquito.
Cerrid gwenn,
al igual que muchos magos y dioses, decidió probar la fórmula en sí. El
efecto fue casi instantáneo. Lo había logrado. Descubrió el secreto de la
Sabiduría. Quemó la fórmula. Ocultó el frasquito lejos de todo lo humano.
Cerrid gwenn
descubrió que a la sabiduría se llega… buscando,
probando. Nos dejó los ingredientes, nos dejó su constancia, de vez en
cuando, se tienta en entregar su secreto a alguien, pero como ella ya
probó el preparado, inmediatamente reflexiona y cambia de opinión.
Richard
Cathbad y su confesión, me hicieron dudar de su cordura, sin embargo,
continuaré encontrándome con él para tomar café mientras siga compartiendo
conmigo sus centenarias leyendas celtas.
Autora: Mirta Rodríguez
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