La huala que gime en el
Paimún
Cuentan las voces del antiguo
Neuquén que una hermosa doncella mapuche llamada Huala
acostumbraba desde niña a ir con el cántaro por agua al lago.
Sin que nadie lo hubiera advertido, el Trelque o genio del
lugar, la acechaba desde algún tiempo, hasta que llegó el día
en que la niña despertó a la nubilidad.
Los padres y las familias de las
tribus de la comarca Milla Lelfún, donde se alzaban los
toldos, comenzaban a darse cuenta de la nubilidad de la joven
y se preparaban para celebrar el nuevo estado con el rito
mapuche del Ulchatún. Sin embargo, no hubo tiempo de concretar
la fiesta. Al ir Huala como todos los días a llenar su cántaro
en el lago, bruscamente onduló cerca de la orilla una garra,
que, al asir a la joven fuertemente, la arrastró hacia lo más
profundo de un remanso.
Los gritos angustiados de Huala
llegaron casi desvanecidos a los toldos. Padres, hermanos y
vecinos acudieron con palos para rescatarla. Pero ya las ondas
concéntricas que se alejaban lentamente denunciaban que la
joven mapuche había sido sumergida como tantas otras doncellas
por el llamado “cuero” del lago. No se podía hacer nada pues
el dueño y señor del lugar era invencible en su medio y jamás
se tuvo noticias de que devolviera sus presas. En compensación
los padres y parientes recibieron una abundante provisión de
peces que cubrió toda la orilla. Era el precio de la que desde
ese momento iba a ser la elegida del “dueño del lago”.
El Trelque llevó a Huala a una
gruta que se abría en las profundidades, bajo un escarpe de la
ribera. Allí le mostró los despojos de otras víctimas, que, en
diferentes oportunidades, habían sido raptadas y decapitadas
para echar a rodar sus cabezas desde las cumbres, en la forma
de bolas de fuego o meteoros, llamados cherufes por los
mapuches. Horrorizada ante lo que le esperaba, la joven perdió
el conocimiento. Al recobrarse, halló que Trelque se había
transformado en un apuesto mancebo que le declaraba
tiernamente su amor y le juraba no hacer con ella lo que con
las otras doncellas, pues su belleza lo había cautivado en tal
forma que quería hacerla su esposa para siempre.
Huala no cesaba de llorar y, en
su dolor, le reclamaba humildemente su libertad diciéndole que
lo único que anhelaba era seguir amando a sus padres,
contemplar la ruca donde había nacido y los territorios de la
comarca donde sus ojos vieron los seres y las cosas que la
llenaban de felicidad.
- Te complaceré, querida Huala,
pero con una condición: nunca saldrás de este lago donde soy
amo y señor.
El joven realizó un
encantamiento y transformó a Huala en un ave semejante al
pato, pero con las alas y las patas mucho más cortas, para que
no pudiera volar ni caminar, aunque sí nadar, tanto en la
superficie como en las profundidades del lago.
- Harás tu nido entre las
totoras y desde allí podrás contemplar el cielo, el bosque, el
Lanín, los toldos de Milla Lelfún y las gentes que se
arrimarán a la costa - fue la sentencia del genio del lago.
Los paisanos cuentan que es por
ello que la huala suele expresar su dolor al ver una figura
humana con un gemido angustioso, el mismo que emitió cuando
fue apresada por el Trelque,
Nunca se la ve nadar en el
centro del lago porque tiene la esperanza de que, acercándose
a la orilla, pueda, algún día, volver a ser libre. Como sólo
su aspecto físico es lo que ha llegado a cambiar el Trelque,
la huala puede mirar, sentir y gemir como ser humano por la
pérdida de su libertad.
Versión de Lilí Muñoz
Ciudad de Neuquén,
Neuquén, Patagonia
Argentina.
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