UNA BOTELLA DE COLOR AZULINO

María Delia Minor

En un reino muy lejano, hace ya mucho tiempo, vivía un sultán muy querido por su pueblo, su nombre era Alí Rají y su fama se debía a su gran justicia y generosidad. Allí nadie pasaba necesidades ya que las cosechas y el ganado eran administrados por el sultán y repartidos entre sus súbditos en partes proporcionales a su trabajo.

Una de las familias  era la de Salim Mustafá, Salim era un anciano que tenía 4 hijos varones, Farid, Surem, Caleb y Sabid. Los dos mayores se ocupaban de las cosechas y los dos menores del ganado, trabajaban mucho día tras día por lo que su familia recibía una buena ganancia.

Una mañana, muy temprano, los hermanos se encontraban en el campo realizando sus tareas cuando vieron venir al  Sultán con sus guardias. Los muchachos se acercaron para saludarlo con sumo respeto como su padre les había enseñado y observaron que la comitiva del Sultán estaba integrada por diez guardias a caballo,  y  su  hermosa  hija a quien llamaban Yurema, la flor más bella del desierto, los jóvenes no podían dejar de mirar a la bella hija del Sultán pero ésta no les dirigió  ni una mirada.

Los cuatro hermanos volvieron a sus tareas pero habían quedado enamorados de la belleza de la princesa.

Por la noche, hablaron con su padre y le contaron lo sucedido esa mañana, pero éste se rió de ellos  y les hizo entender que los hijos de un campesino jamás podrían casarse con una princesa. Los tres mayores comprendieron lo que su padre les explicaba pero el menor de los hermanos, Sabid, guardó silencio y solo podía pensar en el bello rostro de la princesa Yurema.

A la mañana siguiente cuando los hermanos se preparaban para ir a sus tareas vieron que Sabid, su hermano menor, no estaba. Lo buscaron por toda la casa sin encontrarlo, se había levantado muy temprano y ya se encontraba en la ciudad, estaba decidido a ver a la princesa Yurema. Caminó por la feria de la gran ciudad todo el día y cuando fue la hora de la oración del atardecer vio entrar al templo a la bella princesa. Por más que intentó ingresar, no pudo, varios guardias custodiaban la puerta, decidió esperar a que saliera. En ese momento, un mendigo que se encontraba en las escalinatas del templo se le acercó y le susurró al oído: Sabid, yo sé lo que deseas. Éste muy asustado porque  lo llamó por su nombre sin conocerlo, retrocedió golpeándose la cabeza contra una columna, rodando por las escaleras y quedando inconsciente.

Cuando abrió los ojos vio que se hallaba en una choza y que el mendigo preparaba comida en una olla cercana. Se levantó del catre y  preguntó

-¿Dónde estoy? ¿Qué hago aquí?

- Por fin despertaste, toma un poco de sopa_ le dijo  mientras  acercaba un tazón humeante.

Sabid no entendía nada, pero estaba hambriento y aceptó gustoso.

El mendigo se sentó a su lado y comenzó a hablarle en un tono de voz que no era el de alguien que vivía en la calle de la limosna pública.

_Yo conozco tu deseo, tú quieres casarte con la bella princesa Yurema, la hija del Sultán_ hizo una pausa y continúo _ Yo puedo ayudarte pero te saldrá caro, muy caro.

Sabid continuaba sin entender cómo podría ayudarlo un mendigo, pero antes que pudiera decir nada, éste le mostró una pequeña botella que contenía un líquido azulino transparente y agregó _Este licor hará que tus deseos se hagan realidad, pero eso sí, tiene un precio.

El muchacho seguía sin entender,  pero su deseo de casarse con la bella princesa eran más fuertes y se animó a preguntarle_ ¿Cómo puede ser eso posible?

_ Muy fácil_ contestó el mendigo_ Este licor viene de un lugar muy lejano, donde la magia es común. Mi padre que era un gran mago me lo dio antes de morir.

_ ¿Cómo sé que dices la verdad?

_ No lo sabes, pero si tu amor es tan fuerte debes arriesgarte

_ ¿Y cuánto debo pagar por ella? Yo no tengo dinero

_ No es dinero lo que debes entregar

_ ¿Y qué, entonces?_ preguntó Sabid, preocupado

_ Son años

_ ¿Años?

_ Sí, años. Al tomar el licor todo lo que deseas se cumplirá, pero al cabo de diez años deberás pagar con el doble de los años que hayas  vivido.

_  ¿Cómo puede ser eso posible?

_ Prueba y verás, pero recuerda en diez años se te quitará el doble de los años ya vividos.

Sabid era  joven, recién había cumplido 20 años por lo que en ese momento no le preocupaba mucho regalar años a nadie, sentía que tenía toda la vida por delante y lo que más quería era casarse con Yurema.

Aceptó, bebió el licor y se sintió transportado. De pronto estaba en el palacio, sentado junto al Sultán y Yurema, no lo podía creer, Yurema, la flor más bella del desierto, era su esposa.

 

Pasaron los años, nacieron sus hijos, era tan feliz que nunca volvió a pensar en el mendigo.

Diez años después, una mañana al despertar sintió que le costaba levantarse, se paró lentamente y vio su reflejo en un espejo, se había convertido en un anciano de cabellos y barba blanca, su cara estaba llena de arrugas y su espalda encorvada. No podía creer lo que le sucedía, pero recordó las palabras del mendigo “Recuerda en diez años se te quitará el doble de los años que hayas vivido” Había sucedido y Sabid no podía presentarse así ante su hermosa esposa y sus hijos, no podía explicarles que se había valido de magia para lograr su amor. Decidió dejar el palacio sin que lo vieran y volver a la casa de su padre.

Caminó todo el día hasta llegar a la puerta del que había sido su hogar, llamó, sus manos envejecidas le temblaban, un hombre más joven que él le abrió la puerta y reconoció  a su hermano Caleb, pero éste sin reconocerlo creyó que era un caminante y le ofreció agua fresca y descansar a la sombra del patio. Se enteró así que su padre había muerto muy triste por la desaparición de su hijo menor y que sus otros hermanos se habían casado y vivían en diferentes ciudades, no se animó a revelar su secreto y después de haber descansado agradeció la hospitalidad y partió.

Ya en el camino, solo, pensó en todo lo que había perdido, a su amada esposa, sus hijos, su padre y sus hermanos y se preguntó si había valido  la pena. Sintió pasos cerca de él, era el mendigo que le había ofrecido el licor diez años atrás, lo esperó y continuaron juntos el camino, sin hablarse, el sol ya se ponía, el día terminaba y quedaba bastante camino por recorrer.

Era de noche cuando llegaron a una choza, Sabid reconoció el lugar en el que había estado hacía diez años.El  mendigo prendió el fuego y comenzó a preparar la cena. Sabid se recostó, sintió pena por su padre, por su vida perdida, cerró sus ojos cansados y se durmió.

 Al despertar, el mendigo le acercaba un tazón  y le decía al oído

_ Por fin despertaste, toma un poco de sopa.

Al agarrarlo vio sus manos, eran las de un joven, se tocó la cara y no sintió arrugas

_ ¿Qué me sucedió?- preguntó, nervioso.

_ Nada_ respondió el mendigo_ te caíste de las escalinatas del tempo y como no reaccionabas te traje a mi casa para que te recuperases.

Sabid, loco de alegría se incorporó, besó al mendigo y salió de la choza para dirigirse a la casa de su padre, no podía creer lo que había sucedido, todo había sido un sueño pensó, caminó unos pasos y se volvió para saludar.

 La choza estaba iluminada y logró ver junto a la ventan el reflejo de algo, era una pequeña botella,  una botella de color azulino.

 

 

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