Él se encontraba en
el bar. Sentado en la misma mesa de siempre, la más alejada de la
vidriera, ése era el mejor lugar para observar sin ser observado.
Desde ahí veía la entrada, el mostrador de madera antiguo donde
estaba Manuel, el dueño del lugar desde que él recordaba, con su
camisa blanca de corbata moño que le daban un aspecto atemporal.
No sabía por qué,
pero se sentía tan a gusto, tan seguro. Le parecía que el día no
existía, que no había un antes o un después. Tenía la impresión que
su vida comenzaba y acababa en ese sitio.
Cada tarde, sin
variar, miraba las personas que entraban e imaginaba una historia
para cada una, les creaba un pasado, una familia, amantes, novios,
encuentros secretos. Así se sucedían los días esperando que llegase
el momento de volver a su mesa de siempre a crear historias.
Una tarde la vio por
primera vez, era joven, delgada, pelirroja, de tez tan blanca que
parecía transparente. No pudo dejar de mirarla. La miraba sin que
ella lo viera. La miraba como no había mirado a nadie. La miraba y
sentía algo extraño, algo que lo inquietaba pero que le gustaba
sentir. Cuando ella se levantó dirigiéndose a la puerta pensó en
hablarle pero no se animó. Al verla desaparecer en la oscuridad se
sintió solo, triste, arrepentido por su cobardía, pero volvería e
igual que él ocuparía siempre el mismo lugar. No sabía muy bien por
qué o para qué pero había decidido seguirla, necesitaba saber algo
más.
La vio entrar,
sentarse en el lugar de siempre, pedir un café y esperar,
simplemente esperar con la mirada perdida en la calle. Mirando sin
ver a nadie.
Cuando se levantó, él
también lo hizo pero al llegar a la puerta ella ya no estaba, había
desaparecido.
Fue por esos días de
angustia que escuchó a Manuel hablar con varios clientes sobre un
fantasma que rondaba el bar esperando a su amor que nunca llegaba,
creyó que era ella , que venía a esperar a su enamorado día tras día
sin saber que él nunca vendría, sin saber que se encontraba
condenada por toda la eternidad.
Se desesperó
imaginando la manera de poder contactarse con esa misteriosa mujer,
cuando lo vio a Manuel señalar hacia su mesa diciéndole a un
cliente:
-Allí, en esa mesa
vacía, el pobrecito esperaba todas las tardes a su amada. |