La señora Michicats de Palacios

 

María Mercedes McLean

 

Me he subido al guarda-almohadas. Le he tirado encima sus aros, sus hebillas y ahora sus lentes. Sigue durmiendo, ya lo había previsto anoche a las 4 de la mañana cuando leía. Me acuerdo que pensé: -mañana se va a dormir... y así fue, digo así es: sigue durmiendo.

Miro el reloj, la manito pequeña está cerca de las 12.

-¡Por favor! ¡Hace como doce horas que no como...! Se lo voy a tirar...

Por suerte comienza a despertarse. Se estira.

-¡Bien!

Se podrá mi abrigo, bueno, su buzo, yo lo uso para dormir mi siestas, cosa que hago todo el tiempo y no por eso se me va el sueño y me pongo a leer. Yo cuando me acuesto, duermo y punto.

Y a las 6 me levanto y tengo hambre. Mientras trabaja mis horarios se respetan. Pero ahora no hace más que decir: -estoy de vacaciones.

Mi estómago no se toma vacaciones. Bueno, ya está de pie y troto adelante, correrá las cortinas, irá hacia la cocina, levantará mis platos, abrirá la canilla y cambiará mi agua. Luego tomará la bolsa blanca con letras rojas y anaranjadas.

Mide la cantidad en un pocillo, esta idea se la mete en la cabeza el barbudo que viene más seguido de lo que yo quisiera y repite hasta el cansancio:

-Está gorda, demasiado gorda... 

-¿Por qué no vino durante todos los años que viví en la otra casa y repitió la otra realidad?: -¡Está flaca, muy flaca...!

El día que lo conocí sostuvo:

-Está muy mal. ¿Por qué no me llamó antes?

Le llevó unos cuantos meses, pero debo reconocerlo: me salvó la vida.

Ahora viene cuando ella lo llama y repite hasta el cansancio: -Está gorda, debe comer menos.

-Comer menos, ¡por favor!: ahora que como todos los días y tengo agua a mi alcance habla de que me quiten la comida.

Le muestra la miserable cantidad que debería darme en todo el día y se me retuerce la pancita.

Ella se dedica a buscarme otros alimentos que, le aseguran, me harán bajar de peso.

Son buenos, tengo más energías. He vuelto a treparme a los muebles, con algún escalón intermedio, claro, tiro adornos para jugar. Me doy una vuelta por la bañera y lamo algunas gotitas de agua, no por necesidad como me pasó en la otra casa.

Porque yo vivía en otra casa y casi se habían olvidado de que existía. Colocaban comida, pero los dos pequineses se abalanzaban y terminaban con todo así que yo pasé muchos días con un par de arroces secos que dejaban en sus propios platos. Agua, estaba la de ellos siempre llena de pelos y cuando partieron no hubo más, así que aprendí a encontrar algunas gotas en la bañera, eso me salvó la vida.

Un día apareció ella. Parece que le pidieron que me cuidara y aceptó.

Por varios días no me dejé ver hasta que Laura, es su hija, me convenció y salí, salí a recorrer este nuevo mundo que solo veía de noche furtivamente cuando iba a comer, tomar agua y pasar por el sanitario, estaba tan contenta que parecía que todo iba a andar bien.

Pero estaba enferma y unos pocos días de buena vida no iban a cambiar la realidad: me descompuse. Al segundo día se asustó, en realidad vive asustada, y llamó al barbudo.

-¿Por qué no me llamó antes? Le reprochó el protestón.

Ella insistía que nada sabía de gatos, cómo saber que yo estaba mal, pero le rogaba a Claudio –así se llama el barbudo- que me salvara.

Tengo que reconocer que se esforzó mucho, me llenó la boca de remedio, me dio un montón de pinchazos. Me mandó sacar radiografías, pero me salvó.

Cuando vinieron a buscarme pensó en devolverme a mi otra familia, bueno familia..., digamos “conocidos”. Pero yo había hecho ya una elección. Una elección de vida: quería quedarme con ella. Creo que siente un poco de culpa. Trato de que entienda: yo la elegí.

Cuando se va a trabajar yo hago mi primera siesta hasta el medio día, me mando algunas carreras para mantenerme en estado: tiro algunos adornos, me subo a la mesa, me afilo las uñas en la alfombra y doy vuelta mi cuna floreada.

La espero en la puerta cuando pasa al medio día. Me pone comidita, se toma un café, lee algunas cosas en ese televisor donde se pasa varias horas y vuelve a irse. Yo me acomodo bien y duermo toda la tarde.

Sé que cuando regrese se quedará y se sentará frente a ese televisor que parece más interesante que los otros.

Ahora mismo está con mi bolsa de comida, parece que copió el nombre, quizá se lo está recomendando a alguien que también tiene gata.

Pero, pensándolo bien:

-¿Para qué está con mi bolsa de comida al lado?

-Capaz que se le dio otra vez por escribir cuentos y está inventando uno sobre mí.

-¡Qué sabrá ella lo que yo pienso!. Sin embargo si está inventando una historia de gatos es mejor que haga una de la mejor gata del mundo: Michicats de Palacios.

A mi primera “familia” ni se les ocurrió buscarme un nombre. Cuando lo preguntó le dijeron:

-Decile: ¡Michi, Michi, Michi cats! y viene.

-O sea mi nombre es algo así como: Gato, vení.

Está bien, es original y ella me llama Michi, Michi y me besa seguido así que yo agrego un apellido alto: los palacios son como castillos, altos.

-Mi nombre puede llegar a inspirar una novela de amor y misterio. O un cuento con realismo mágico. ¿Qué tendrá de mágico el realismo o le llamarán así cuando te matan de hambre?

-Pero es importante que el nombre pegue bien.

-¿Qué les parece mi nombre?

Pueden mandarme las opiniones su correo electrónico. Parece que ese televisor que tiene recibe “e-mail”. Ella sin duda es de confiar y me leerá los mensajes que me manden. Quedo a la espera.

Los saludo con cariño,

Michicats, la mejor de todas.

gaspyy@infovia.com.ar

 

 

 

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