“PALABRAS CON ALMA

Prof. Graciela Monescau

 1* “Presentación:

Me contaron que cuando nací era un día muy lluvioso y fresco, un típico día otoña, la llovizna caía  con cierta timidez  e inseguridad sobre las personas y los edificios, casi no se hacia oír para poder pasar desapercibida, pero no pudo lograr su cometido, ya que mojaba a todo el mundo que venía a verme. Llegué a considerar a esa llovizna como una especie de bautismo. 

 Antes de este gran día que les estoy narrando se puede decir que muchos profesionales estuvieron atentos y expectantes para que mi nacimiento fuera feliz .

 Ya han pasado muchos años de aquella llovizna apocada y retraída, tal vez hoy la recuerde por ser un día similar ya que ruedan por mi cara diminutas gotas silenciosas pero que logran alcanzar su objetivo final.

 Les puedo asegurar que fui muy feliz y ni se imaginan las anécdotas que guardo en mi corazón y en mi memoria.

2* “Cassandra:"

Un mediodía caluroso un niño ,decepcionado por comprobar el ciclo de la vida en su mascota y tratando de sobrellevar el duelo por la súbita pérdida de su lampalagua, se acercó con su abuela para donarnos a Cassandra.

 Tengo que ser totalmente sincera  con ustedes y por eso  es que les confieso que me dio repulsión recibirla, pero Cassandra esperaba por un lugar para su último adiós y sus dueños deseaban que su morada final fuese un frasco de formol que sirviese como objeto de estudio y también era una forma de resignación pensar que Cassandra aun después de  muerta servirá para algo.

 ¿Cómo decirle que no a un niño que no paraba de lamentar la muerte de su mascota? ¿Cómo decirle que no a su abuela? Ella fue la encargada de traer a Cassandra entre sus brazos ,de estar medio descompuesta por el sofocante calor y de haber caminado 10 cuadras a pleno rayo de sol y  con una sensación térmica de cuarenta grados. Imposible fue decirles no.

 Obviamente la aceptamos, pero surgió un inconveniente: no teníamos formol.

 La farmacia más cercana, no tenía formol, pero allí nos dieron la dirección de un laboratorio ubicado en el centro que, según el farmacéutico, se podía conseguir a buen precio y que solo trabajaban de 7 a 12hs. Lógicamente debíamos esperar hasta el día siguiente para comprar el producto.

Era noviembre y hacía un calor intolerable e irritante para cualquiera. ¿Qué hacer con Cassandra?

No podíamos llamar a sus deudos y explicarles lo que sucedía, ellos ya se habían despedido oficialmente de ella, llamarlos removería su dolor.

 Cassandra yacía como de costumbre fría, pero tiesa como un caño. Alguien con coraje y con guantes de goma la pudo enrollar. Pronto comenzaría a dar olor y todos nos preguntamos otra vez... ¿qué  hacer con Casssandra? La misma persona que enrolló al reptil la colocó en una bolsa de supermercado y como en un cortejo fúnebre nos dirigimos al kiosco para darle ubicación en el amplio freezer.

Como nos imaginamos la cara de espanto que podía poner cualquier persona que abriera el freezer y viera a la serpiente, es que decidimos ocultarla  debajo de unas cajas de helado.

 Cassandra pasó allí su primera  noche de difunta.

 Al día siguiente, muy temprano, llegaron las autoridades del lugar y como el calor no daba tregua en vez de café, Adelina  pidió helado.

 Mientras lo saboreaba escuchó que alguien comentó en voz alta que iría al centro a comprar el formol para  poder sacar a la víbora cuanto antes del freezer que  a esta altura de los acontecimientos, se había convertido en una especie de morgue.

 ¿Cómo explicarles lo que sucedió para que puedan imaginárselo? Un tsunami hubiera sido una  brisa pasajera. Adelina enfureció y sus gritos resquebrajaron el  hielo que rodeaba el cadáver de Cassandra. Alguien aturdido por los gritos pero con coraje y con guantes  de goma tomó a Casandra y la sacó del freezer.

 ¿El formol? No, no  fue necesario. Alguien llamó a la casa de Hernán para pedirles que con urgencia debían presentarse en la escuela para retirar a la serpiente, aduciendo que ya había muchas especies y que no había lugar para una más.

 Después de un rato largo aparecieron Hernán con su abuela que solo trajo las llaves de la casa y un pañuelo para secarse el sudor de la cara. Otra vez nos preguntamos qué hacer con Cassandra.

  Finalmente y por propia voluntad la llevó Héctor en el baúl de su auto hasta la casa del desconsolado Hernán.

 De ahí en más desconozco el destino de Cassandra.

3* “Mangangá”

 

 Recuerdo con cierta frescura el día que llegó de visita un  manganá. ¿Qué es? Un insecto himenóptero, de cuerpo voluminoso y que produce un zumbido insistente y muy fuerte.

Esta sería una definición casi enciclopédica; en mi barrio lo llamamos “abejorro”.

Considero con firme convicción que en la descripción anterior debería agregarle, por lo que pude observar que su zumbido causa hipnosis; de lo contrario no hubiese sucedido lo que a continuación pasaré a contarles.

En el salón de acto habría unos cuarenta y tres alumnos con sus dos docentes .Solo un grupo de ocho alumnos debían ensayar bajo la dirección de una de las maestras que, en su afán de pulir el número para el acto, sólo tenía ojos para ese reducido grupo de alumnos y le daba la espalda a los alumnos restantes que no actuaban y a su colega.

Como les dije anteriormente, esta señorita  estaba muy concentrada   y solo tenía ojos para sus ochos alumnos, pero sus oídos escuchaban mucho más de lo que sus ojos podían ver.

Era imposible continuar con el ensayo, los gritos eran cada vez más  intensos ,pero ella sabía que su colega estaba allí para poner orden.

Por eso seguía esforzándose por armar el acto lo mejor posible, sabía y confiaba que su compañera entraría en acción en cualquier momento para poner calma.

Pero no aguantó más y decidió despegar la vista de sus alumnos para posarla sobre lo que, hasta ese momento, estaba a sus espaldas.

¡Dios mío! Para que se den una idea les cuento que el salón de actos tiene grandes dimensiones con gradas en tres de sus laterales y en el cuarto está el escenario. En el centro del salón, calculado casi milimétricamente, se hallaba la otra docente: cruzada de piernas, cruzada de brazos y sus ojos, no, no estaban cruzados, se hallaban mirando el ángulo superior izquierdo del salón, por donde sobrevolaba el mangangá, el resto de la cara no tenía expresión. Esta imagen momificada contrastaba con la de los incontenibles alumnos que corrían de un lateral a otro a distintas velocidades y con cambios repentinos de dirección; todo por huir del mangangá que, en realidad, estaba más asustado que los chicos.

Estoy persuadida que, mientras duró la danza y el perturbador zumbido del  abejorro, la docente estuvo hipnotizada.

Por las dudas, el día del acto tuvieron la precaución de cerrar todas las ventanas, no  sea cosa que el mangangá volviera por estos pagos.

4*  “Pedrito”

 

En el barrio habitan muchas familias y  varias de ellas poseen mascotas, algunas más convencionales que otras, pero todas queribles.

La familia  de Juan Alonso, mi casero, había traído a Pedrito desde Puerto Esperanza, una ciudad ubicada en Misiones.

Para que el loro se sintiera más a gusto y libre le habían cortado las alas y lo dejaban suelto en el pequeño fondo de la casa donde había algunas plantas: dos malvones, dos lazos de amor y tres potus que se esforzaban por aparentar ser una selva tropical.

Una característica de estas coloridas aves es que son gregarios, es decir tienen como hábito vivir en comunidades; pero Pedrito acá estaba solo, no tenía pares.

El casero le había enseñado a hablar y a cantar tangos, ya había aprendido a pedir la papa y sabía insultar también,  aunque sin querer ofender a nadie.

Al principio Pedrito fue el centro de atracción de todos ,pero con el correr de los días iba pasando inadvertido.

Un fin de semana largo decidió dar una recorrida más allá del horizonte, que en realidad , no era mas que la medianera del fondo.

Empezó a carretear  por el pasillo donde están los grados inferiores y se atrevió a escalar la escalera. Parecía confundido y sin rumbo, pero en el fondo sabía lo que andaba buscando.

Así llegó hasta el laboratorio. Tuvo suerte, la puerta estaba abierta.

Entró tímidamente y miró todo con sus ojos.

Allí había muchos animales embalsamados o en formol: monos, orangutanes, patos, vizcachas, perdices, conejos, zorros, serpientes, lechuzas y...una lora. ¡Ya no estaba solo! Había conseguido lo que estaba buscando, una linda lora caribeña casi de su misma estatura y de unos colores paradisíacos.

A modo de serenata  le cantó como cien veces los cuatro primeros versos de un mismo tango enseñado por don Alonso y como los loros solo repiten  y no piensan lo que dicen, como saludo final le dijo un par de insultos y se fue chocho de la vida. Además, como no encontró respuesta por parte de la lora, se fue convencido de que la había dejado sin palabras y boquiabierta por el impacto que él le había causado.

Volvió a la casa del casero que ,en definitiva, era también la suya y descubrió que nadie había notado su ausencia.

Dejó pasar unos días para no demostrarle tanto interés a la lorita, y emprendió la odisea sólo para volver a verla, pero esta vez no tuvo suerte, la puerta estaba cerrada.

Regresó cabizbajo y abatido por el frustrado encuentro.

Durante los días siguientes no cantó y solo se dedico a insultar. Esta vez parecía que sabía por qué decía malas palabras.

Pedrito tenía la esperanza de que sus alas crecieran y así volar hasta la ventana del laboratorio que siempre estaba abierta. Pero su deseo no fue posible; la señora de don Alonso un día lo llamó ofreciéndole un sabroso y tentador mango, pero esta fruta solo fue de anzuelo para caer atrapado.

Los loros creo que no lloran, pero vi como sufría Pedrito en el momento en que le cortaban las alas. Y  siempre fue así, cada vez que creía que pronto podría desplegar sus alas al viento y sentirse libre, era atrapado para volver a cortárselas.

Nunca más cantó , sólo pedía la papa y de vez en cuando se le escapaba algún insulto que no ofendía a nadie y hacía reír a todos.

Pasaron muchos años y Pedrito murió, fue embalsamado y está en el laboratorio junto a su  lora.

Algunas noches, cuando la luna nos regala su mágico brillo de plata y las estrellas cómplices nos guiñan desde el cielo puedo escuchar  a Pedrito que le susurra una serenata a su  amada lora declarándole una y mil veces todo su amor.

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