4* “Pedrito”
En el barrio habitan muchas
familias y varias de ellas poseen mascotas, algunas más
convencionales que otras, pero todas queribles.
La familia de Juan Alonso,
mi casero, había traído a Pedrito desde Puerto Esperanza, una ciudad
ubicada en Misiones.
Para que el loro se sintiera
más a gusto y libre le habían cortado las alas y lo dejaban suelto
en el pequeño fondo de la casa donde había algunas plantas: dos
malvones, dos lazos de amor y tres potus que se esforzaban por
aparentar ser una selva tropical.
Una característica de estas
coloridas aves es que son gregarios, es decir tienen como hábito
vivir en comunidades; pero Pedrito acá estaba solo, no tenía pares.
El casero le había enseñado a
hablar y a cantar tangos, ya había aprendido a pedir la papa y sabía
insultar también, aunque sin querer ofender a nadie.
Al principio Pedrito fue el
centro de atracción de todos ,pero con el correr de los días iba
pasando inadvertido.
Un fin de semana largo
decidió dar una recorrida más allá del horizonte, que en realidad ,
no era mas que la medianera del fondo.
Empezó a carretear por el
pasillo donde están los grados inferiores y se atrevió a escalar la
escalera. Parecía confundido y sin rumbo, pero en el fondo sabía lo
que andaba buscando.
Así llegó hasta el
laboratorio. Tuvo suerte, la puerta estaba abierta.
Entró tímidamente y miró todo
con sus ojos.
Allí había muchos animales
embalsamados o en formol: monos, orangutanes, patos, vizcachas,
perdices, conejos, zorros, serpientes, lechuzas y...una lora. ¡Ya no
estaba solo! Había conseguido lo que estaba buscando, una linda lora
caribeña casi de su misma estatura y de unos colores paradisíacos.
A modo de serenata le cantó
como cien veces los cuatro primeros versos de un mismo tango
enseñado por don Alonso y como los loros solo repiten y no piensan
lo que dicen, como saludo final le dijo un par de insultos y se fue
chocho de la vida. Además, como no encontró respuesta por parte de
la lora, se fue convencido de que la había dejado sin palabras y
boquiabierta por el impacto que él le había causado.
Volvió a la casa del casero
que ,en definitiva, era también la suya y descubrió que nadie había
notado su ausencia.
Dejó pasar unos días para no
demostrarle tanto interés a la lorita, y emprendió la odisea sólo
para volver a verla, pero esta vez no tuvo suerte, la puerta estaba
cerrada.
Regresó cabizbajo y abatido
por el frustrado encuentro.
Durante los días siguientes
no cantó y solo se dedico a insultar. Esta vez parecía que sabía por
qué decía malas palabras.
Pedrito tenía la esperanza de
que sus alas crecieran y así volar hasta la ventana del laboratorio
que siempre estaba abierta. Pero su deseo no fue posible; la señora
de don Alonso un día lo llamó ofreciéndole un sabroso y tentador
mango, pero esta fruta solo fue de anzuelo para caer atrapado.
Los loros creo que no lloran,
pero vi como sufría Pedrito en el momento en que le cortaban las
alas. Y siempre fue así, cada vez que creía que pronto podría
desplegar sus alas al viento y sentirse libre, era atrapado para
volver a cortárselas.
Nunca más cantó , sólo pedía
la papa y de vez en cuando se le escapaba algún insulto que no
ofendía a nadie y hacía reír a todos.
Pasaron muchos años y Pedrito
murió, fue embalsamado y está en el laboratorio junto a su lora.
Algunas noches, cuando la
luna nos regala su mágico brillo de plata y las estrellas cómplices
nos guiñan desde el cielo puedo escuchar a Pedrito que le susurra
una serenata a su amada lora declarándole una y mil veces todo su
amor. |