EL OSO ROJO |
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Valentín es un nene muy bueno, más que bueno, en realidad es requebueno. Vive en Gualeguaychú, una ciudad de la provincia de Entre Ríos que es muy linda, más que linda, en realidad es requetelinda. Y esto ocurrió un día muy agradable, más que agrada... eh... el día estaba buenísimo. Volvía de la escuela como todas las tardes, con su guardapolvo y su mochila sobre la espalda. La mamá lo esperaba en la puerta con el mate en la mano y con la mejor sonrisa. Dentro de la casa estaba la abuela, que había preparado bizcochos para que su nieto comiera cuando tomara la leche. Valentín las saludó con un beso y de inmediato se sentó a merendar, dispuesto, como cada día, a contarles tooooooodo lo que había hecho en la escuela (eso es algo que a las mamás y a las abuelas les encanta). Luego, como cada martes y jueves, se fue a su cuarto a jugar con plastilinas de colores, tranquilamente. ¿Ustedes se preguntarán por qué modelaba tranquilo los martes y los jueves? Bueno, les cuento: Esos días de la semana, Esteban, el hermano mayor, se iba a su clase de computación y no lo interrumpía con sus preguntas y sugerencias poniendo cara de “yo soy grande y me las sé todas” o “ dejame a mí, que yo la tengo clara”. Dispuesto a disfrutar el momento, Valentín apoyó la maderita que su papá le había preparado, destapó la latita repleta de plastilina y sacó la de color rojo. Mientras armaba esa bolita con la que siempre se comienza, recorrió con sus ojos el estante donde tenía expuesto como “adorno”, todo lo que había modelado hasta el momento y se dijo; -Caballo, ya hice; dinosaurios... también; perros; jirafas... ¡Ah! ¡Y sé! ¡Un oso mochilero! Voy a hacer un oso mochilero que me lleve dos horas de trabajo (... ése era el tiempo que dura la clase de computación), ¡va a quedar fabuloso! Muy decidido, Valentín comenzó con el cuerpo gordo y panzón. Siguió con la cabeza, en la que marcó con la ayuda de un palito los dos enormes ojos. La boca medio abierta dejaba ver los filosos dientes que Valentín modeló con toda paciencia. Luego le puso las patas en las que, por supuesto, no se olvidó de colocar las garras, que perfeccionó hasta que quedaron como las de los osos de verdad. Sólo faltaba hacerle, con la ayudada del mismo palito, unas rayas en todo el cuerpo para que pareciera una gruesa pelambre y finalmente colocarle la mochila sobre el lomo. Tomando un poco de distancia para contemplar su obra casi lista, Valentín comenzó a amasar una bolita para armar la mochila, cuando el golpe de la puerta de entrada lo sobresaltó. Pensó: “El único que entra de ese modo es Esteban, pero... ¿Tan temprano?” Su duda desapareció cuando escuchó la voz de su hermano que decía: -¡Hola todos! ¡Ya llegué! ¡La clase de computación terminó antes! ¿Dónde están? ¡Vengan a saludar al genio de la casa! ¡Adiós paz y tranquilidad! – dijo Valentín, mientras pensaba que el pobre oso quedaría sin pelambre y sin mochila hasta la próxima clase de computación. Lo estaba por guardar cuando Esteban entró de golpe en el cuarto y... -¿Cómo anda el escultor de la casa? Le dijo revolviéndole el cabello con la mano (cosa que a Valentín le molestaba soberanamente)-. ¿Qué hiciste hoy “Miguel Ángel”? A ver... -Todavía no lo terminé- murmuró Valentín, inclinándose sobre el modelado como para taparlo. -¡Pero no te hagas drama, hermano! ¡Acá vengo yo para ayudarte! -¡No necesito ayuda! ¡Dejame tranquilo!- suplicó Valentín. -¿Pero para qué están los hermanos? ¡Para ayudarse! ¡Vamos! ¡¡Mostrame! Valentín que ya tenía la mochila casi terminada, la colocó rápidamente sobre el lomo del oso diciendo: -¡Está bien! ¡Pero no lo toques! ¡No quiero que me ayudes! ¿Entendiste? -¡¡¡Oia!!! ¡Un oso rojo... y con alas! ¡Ése es mi hermano! ¡Nada de osos comunes! ¡Ésos los hace cualquiera! ¡Te felicito!- comentó Esteban socarronamente. Valentín le iba a explicar que no eran alas, que era una mochila que no parecía mochila porque estaba sin terminar, pero optó por decirle: -¡Sí! Es un súper oso con alas desplegables y lo pongo acá en la ventana, ¿ves? Así cuando no tenga ganas de escucharte, se va y listo... El hermano, agarrándose la panza y muerto de risa, se alejó. Valentín, bastante fastidiado, tapó la lata con las plastilinas, cerró la puerta de su cuarto y se fue a lavar las manos. Pasaron los días y... Aunque ni Valentín ni ustedes lo puedan creer, yo les puedo asegurar que por el cielo de Gualeguaychú, cada tanto, pasa un oso rojo volando, detrás de una bandada de palomas.
EDITH MABEL RUSSO |
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