Iluminada por la luna sonrojada que penetra los frondosos árboles, Dolores se mantiene con un solo pensamiento, en la noche de búhos.
No se borra de su mente y no cesa de perturbarla.
¿Sería cierto que en esas madrugadas se producían acontecimientos macabros?
¿O solo es una leyenda que la mantuvo prisionera desde niña?
La oscuridad nocturna y los chillidos agudos la desvelan.
La mañana amaneció soleada; el rocío aún rodea las magnolias, glicinas y jacintos que perfuman el silencio dando paso a una música imaginaria de violines.
Solo se oye el quejido del agua penetrando por el agrietado camino invadido de olor a tierra mojada.
Dolores, como todos los días, trenzó sus largos cabellos y caminó las tres cuadras que la separaban de la casa de su abuela.
Pensaba que si fuera transportada a otra dimensión, podría regresar guiada por los aromas de los árboles frutales que desde niña trepó para recoger los frutos maduros.
El olor a café elaborado por las tiernas manos que la esperan para compartirlo, invade todo el ambiente.
Inquietud era lo que despedían las piedras que sostienen a la sosegada casa; se sorprendió al descubrir que había sido cierto el desvelo en esa noche de búhos.
Dolores se percibió como un pájaro herido, ya no alisaría los plateados cabellos ni formaría más su artístico moño, no se toparía más con aquella dulce sonrisa.
No imaginaba vivir sin su presencia. A los cuarenta y tres años Dolores comprendió que era imposible anular de su mente todas las experiencias ceñidas en el recuerdo de su infancia, los momentos donde sus cálidas manos se entrelazaron en una unión secreta quedando almacenados en su interior los consejos, ejemplo de vida; sin embargo a pesar de archivar tantas vivencias, fue el día mas triste de su vida.
La abuela se había marchado sin avisarle, ahí recordó apesadumbrada, las tardes que pasaban juntas charlando sobre la sacrificada vida que había padecido en el campo como hija de emigrantes, la tarea de cultivar la tierra, elaborar los productos para comercializar y el cuidado de los hijos.
Tenía claro que había sido su gran maestra, que no está sola su presencia la acompaña en el recorrido por la vida, la voz le susurra al oído guiándola en el camino de la superación, está mas segura que nunca de que ese ángel invisible que sobrevuela a su alrededor es su tierna abuela.
Iluminada por la luna sonrojada que penetra los frondosos árboles, Dolores se mantiene con un solo pensamiento, en la noche de búhos.
No se borra de su mente y no cesa de perturbarla.
¿Sería cierto que en esas madrugadas se producían acontecimientos macabros?
¿O solo es una leyenda que la mantuvo prisionera desde niña?
La oscuridad nocturna y los chillidos agudos la desvelan.
La mañana amaneció soleada; el rocío aún rodea las magnolias, glicinas y jacintos que perfuman el silencio dando paso a una música imaginaria de violines.
Solo se oye el quejido del agua penetrando por el agrietado camino invadido de olor a tierra mojada.
Dolores, como todos los días, trenzó sus largos cabellos y caminó las tres cuadras que la separaban de la casa de su abuela.
Pensaba que si fuera transportada a otra dimensión, podría regresar guiada por los aromas de los árboles frutales que desde niña trepó para recoger los frutos maduros.
El olor a café elaborado por las tiernas manos que la esperan para compartirlo, invade todo el ambiente.
Inquietud era lo que despedían las piedras que sostienen a la sosegada casa; se sorprendió al descubrir que había sido cierto el desvelo en esa noche de búhos.
Dolores se percibió como un pájaro herido, ya no alisaría los plateados cabellos ni formaría más su artístico moño, no se toparía más con aquella dulce sonrisa.
No imaginaba vivir sin su presencia. A los cuarenta y tres años Dolores comprendió que era imposible anular de su mente todas las experiencias ceñidas en el recuerdo de su infancia, los momentos donde sus cálidas manos se entrelazaron en una unión secreta quedando almacenados en su interior los consejos, ejemplo de vida; sin embargo a pesar de archivar tantas vivencias, fue el día mas triste de su vida.
La abuela se había marchado sin avisarle, ahí recordó apesadumbrada, las tardes que pasaban juntas charlando sobre la sacrificada vida que había padecido en el campo como hija de emigrantes, la tarea de cultivar la tierra, elaborar los productos para comercializar y el cuidado de los hijos.
Tenía claro que había sido su gran maestra, que no está sola su presencia la acompaña en el recorrido por la vida, la voz le susurra al oído guiándola en el camino de la superación, está mas segura que nunca de que ese ángel invisible que sobrevuela a su alrededor es su tierna abuela.
Publicado con autorización de su autora: Rocío Cardoso Arias
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