Liliana Cinetto

autobiografía

   
   

Nací en el barrio de Boedo, barrio tanguero si los hay, en una casa antigua, con patio, terraza y gallinero. (Y..., esas cosas que tenía Buenos Aires, ¡qué sé yo!)

Recuerdo que mi casa estaba llena de escondites y lugares secretos que sólo yo conocía. Tenía escaleras caprichosas, ventanas misteriosas y un pasillo largo con una enredadera que en otoño se llenaba de flores amarillas y parecía una lluvia dorada. Era una casa mágica. Cada uno de sus rincones me susurraba historias que yo escuchaba fascinada. Pero, sin duda, lo mejor de la casa era la biblioteca, una habitación enorme llena de libros que yo elegí como mi lugar preferido para jugar y leer. En el quieto silencio de las siestas, la vieja casona de Boedo desaparecía y yo me sumergía en un mundo donde todo era posible. Así descubrí la colección Robin Hood, de tapas amarillas, los veintitantos libros de Monteiro Lobato, con la inolvidable Naricita, o los álbumes con grandes ilustraciones donde se mezclaban Las mil y una noches con Heidi y El soldadito de plomo con Blancanieves. Me volví adicta a la lectura. No podía dejar de leer. ¡Cómo lloré con Corazón y con Azabache! ¡Y qué manera de sufrir con ese perro de Bajo las lilas! ¡Qué intriga por saber quién era en realidad Papaíto piernas largas! ¡Qué nervios cuando secuestraban a los chicos en Entre selvas y desiertos y ellos se escapaban! ¡Y cómo me gustaba el Tigre de la Malasia que se enamoraba de Mariana y la iba a buscar porque no podía vivir sin ella! No sé cuántas veces habré leído y releído los libros de Salgari, Julio Verne o Twain. No sé cuántas noches me habré dormido a la fuerza porque ya es tarde, nena, y yo quería saber qué les pasaba a los personajes que estaban Sin familia o En familia o a Robinson Crusoe, Gulliver o El último de los mohicanos.. Sólo sé que nada escapaba a mi voracidad. Será por eso que mi mamá, que era maestra, y mi papá que tenía dos trabajos, seguían comprándome libros, aunque a veces la plata no alcanzaba para llegar a fin de mes. Será por eso que, cuando se me "gastaron" algunos libros (no porque se me hubieran roto, sino porque ya los sabía casi de memoria), tuve que explorar en los otros estantes de la biblioteca donde me esperaba uno de los grandes amores de mi vida: la poesía. ¿Cómo que leíste a Machado, nena?, preguntaba la maestra de quinto (la de cuarto no preguntaba nada porque era una bruja). Y sí, señorita, me lo leí todo. Y a Neruda y a Hernández y a Almafuerte que no se da por vencido ni aun vencido. Pero sos muy chiquita para leer esas cosas, decía la de sexto que pensaba que había que tener edad para leer poesía seria y nos hacía copiar versos de confite en la carpeta. No le hice caso, claro, seguí leyendo a Lorca y a León Felipe y me animé a acompañar al Quijote (en versión para niños, eso sí), mientras Serrat me cantaba al oído "se hace camino al andar".

¿Cómo no me iba a gustar, entonces, leer las Novelas ejemplares en voz alta cuando empecé la secundaria, si ya era una lectora sin remedio? Confieso, eso sí, que Platero y yo y Marianela me aburrían un poco, pero es que ya empezaba mi metamorfosis. Porque me encontré con Kafka en la colección de Losada que publicaba a mis poetas preferidos, justo en una esquina de la Feria del Libro, una fiesta que daba sus primeros pasos en mi Buenos Aires adolescente. Y ya nada fue igual. Seguía leyendo todo lo que caía en mis manos, pero comencé a forjar un gusto literario y una mirada crítica. Y llegó Ayerdi, mi profesora de Castellano. Ella me abrió las puertas grandes de la literatura, cuando me presentó a García Márquez, a Cortázar, a Borges, a Arlt y a toda una Latinoamérica que escribía.

Hasta ese momento, yo sólo había escrito a escondidas unos poemas tímidos y algunas composiciones sin pies ni cabeza, que la señorita de sexto alababa con falsa convicción y que yo rompía sin piedad, muerta de vergüenza. Es que ya había decidido que quería ser escritora. Lo decidí junto a la biblioteca de la vieja casa, mientras mis muñecos se convertían en los personajes del último libro que acababa de leer. Pero no vislumbraba un camino que me permitiera concretar ese sueño. Hasta que el caudal de literatura que nos dio Ayerdi hizo que surgiera mi voz y que encontrara las palabras exactas para decir lo que quería. Y comencé a escribir (poesía, por supuesto) y después aparecieron un par de cuentos y ya no pude dejar de escribir hasta hoy.

Aunque parezca mentira, la facultad de Letras casi me asesina la vocación, porque entre tantos latines y griegos y tanta fotocopia ilegible de bodrios agotados, yo perdí el placer de escribir y de leer. Por suerte hubo varios profesores que fueron un oasis para mi sed literaria y me ayudaron a soportar a los que merecían que se les prohibiera la portación de palabra. Y por suerte, también, una amiga me habló de los talleres de escritura. Y allá fui tímida, pero feliz, a recibir sopapos literarios y críticas feroces (yo, que era la que mejor escribía en el colegio) que me enseñaron los secretos del oficio de escribir. La búsqueda desesperada de una palabra, las páginas que se tachan y se tiran, los versos que se corrigen... Supe lo que era un cliché y una idea original y en esa tarea casi artesanal terminé de enamorarme de la literatura.

Ha pasado el tiempo. Después de un primer tropiezo, encontré a otro de los grandes amores de mi vida y me casé con él. Tengo tres hijos maravillosos que han sido mis primeros lectores y los críticos más despiadados de mi trabajo. Publiqué más de treinta libros y soy escritora y narradora oral. No puedo imaginar mi vida sin libros. Creo que fue Borges el que dijo que gracias a los libros tenemos recuerdos que no hemos vivido. Y es cierto. A ellos les debo esos recuerdos ajenos y mucho más: los viajes que he hecho, los amigos entrañables que conocí, la alegría de vivir de lo que más me gusta hacer... Pero sobre todo, gracias a ellos, aunque haya crecido, mi corazón sigue intacto. Y sigo siendo aquella niña remota que leía junto a la gran biblioteca, en el silencio quieto de la siesta.

Liliana Cinetto

Texto escrito por la autora para "7 Calderos Mágicos" 

 

   
       
   

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