Hace tres años que los Calderos Mágicos me
piden una autobiografía. Hace tres días que pienso que ya parezco
maleducada. Hace tres horas que no se me ocurre en qué tono encararla.
Hace tres minutos que dije: armo un collage con lo que dicen las solapas
y contratapas de algunos libros. Hace tres segundos soy feliz porque me
encanta copiarme!! Ahí va:
Mi papá Oscar y mi mamá Betty aseguran que nací en Buenos Aires, en el
mes de junio y en el año 1950. Se acuerdan bien porque ese día hacía
frío, había niebla y mi papá se compró un sombrero para festejar.
A los seis años fui a la escuela Nº 9 de Longchamps, de eso ya me
acuerdo yo. Y del escándalo que armé el primer día de clases se deben
acordar todos los vecinos (los sobreviviente, claro, que no han de ser
muchos).
Después de eso, la escuela me empezó a gustar, así que trabajé como
docente hasta que tuve ganas de jubilarme (y edad).
La gente siempre me señaló que ser docente es una forma segura de ganar
poca plata. Entonces me puse a escribir libros, que es otra forma de
ganar poca plata, aunque no tan segura.
Hoy por hoy soy una señora seria (a veces) que odia la cocina y los
números, y ama los chicos y las letras.
Tengo fascinación por las palabras. Me parece que saben más que
nosotros. El lenguaje tiene tanto de andar rodando... seguramente sabe
más. Por eso lo combino de maneras diferentes, lo mezclo y lo barajo, lo
doy vuelta, lo palpo, lo estrujo, lo acaricio. También lo dejo estar y
lo distraigo. Para desprevenirlo. Para que así, sin darse cuenta, de
repente suelte algún secreto.
Me parece que escribir literatura se trata de eso. Y leer literatura
también se trata de eso.
Escribir es andar por ahí paseando la mirada. La sacás a pasear y la
mirada salta, sobrevuela, pavea… pero en alguna cosa se detiene. Como si
esa cosa, ese día, tuviera imán. Ese día, porque pasaste por ahí durante
años y es la primera vez que la mirada para.
Entonces vas y le hacés caso, porque por algo será. Y algo comienza ahí,
algo anotás, algo escribís. Algo que quiere ser palabra es dicho,
empieza a decir-se.
Y leer es como darle fuego a una ollita de maíz pizingallo. El fuego es
tu mirada de lector. A medida que tu mirada pasa y pasa, los granitos
toman temperatura. Uno después de otro, empiezan a abrirse. El sentido
estalla acá y ahí y allá. Y movés la ollita y cada vez estallan más
rosetas. Muestran lo que escondían. Algunas se abren a medias. Algunas
no se abren por ahora. O no se abrirán nunca, qué sé yo. Protegen el
misterio.
( Disculpá, ya tomé el rumbo de las plantaciones de alcauciles. Vuelvo
al formato de la autobiografía). Tengo también un hermano, un esposo,
dos hijos, cuatro sobrinos y un nieto por el que bailo de cabeza, como
debe ser. He sido y soy cuñada, nuera, suegra, amiga, vecina y conocida
de tanta gente… Con todos esos cargos, no se puede desempeñar demasiado
bien ninguno, creeme. Así que con el de escritora, bueno, se hace lo que
se puede.
El de docente, ahora que estoy jubilada, me lo juego todo a los talleres
de lectura y escritura. Me encantaría parecerme a mi maestra, Laura
Devetach, pero se me hace que ni ahí. Gracias si me parezco a mí misma y
bastante trabajo que me da.
También soy de visitar escuelas para no sentirme taaaaaan jubilada y
porque cualquier escuela tiene como un gustito a “mi casa”, eso es así.
El Plan Nacional de Lectura a veces me convoca para andar conferenciando
de estas cosas por ahí.
Y así ando: que leo, que escribo, que hablo, que voy, que vengo. Acá
tendría que poner otros trabajos que hago o hice y los títulos de
algunos libros, pero para qué, si con hacer clic en el ícono de al lado,
ya encontrás todo eso. Anoto nomás el último libro que escribí, que no
vas a encontrarlo porque todavía no salió. Se llama “El mono de la
tinta”. Este es un mono chino que se sienta al lado del que escribe y
espera a que termine para tomarse lo que sobra en el tintero. Es un mono
milenario del que habla Borges en “El libro de los seres imaginarios”
¿lo conocés? Qué trabajo con ese mono. Se me escapaba, se me escapaba,
se me escapaba… y bueno, al final se me escapó.
Me gustaría recomendarte una lista de autores y de libros, pero me quedo
con los últimos que me conmovieron: la saga de Los Confines de Liliana
Bodoc y El abanico de Seda de Lisa See.
En fin, sólo falta decir que esta autobiografía tiene final abierto. Por
suerte, por ahora y menos mal. |