Nací 15 días antes de que terminara 1962, en Buenos Aires.
Como la dictadura me agarró siendo chico, y todos los que
teníamos esa edad no entendíamos bien qué pasaba pero la
mayoría de las cosas nos infundían miedo, me volví un poco
solitario y leí y leí y no paré de leer hasta los 18 años. A
esa edad me salvé de la conscripción y quizás de la guerra, y
tuve mi primera novia de verdad, y las primeras historias
propias y aunque siempre había escrito a escondidas decidí que
tenía que contar lo que me pasaba (muy parecido a los que les
pasa a todos), y que los demás no podrían vivir si no lo
leían. Pero además tenía que ser como Cortázar y escribir una
novela como Rayuela; salió algo demasiado parecido, un
ladrillo de 400 páginas, que nunca terminaba de corregir y que
todavía corrijo (ahora tiene 190 páginas y todos los días se
achica un poco más). E inesperadamente, a los 35 años se me
ocurrió otra novela, y después otra, y otra, y otra, y otra.
Todas para adultos, de las que me publicaron dos, hasta ahora.
En el medio, casi como haciendo trampa, a los tropezones y
disfrutándola mucho, salió una novela juvenil, un policial:
El caso del robo al correo. Uno de los personajes se me
parece mucho (aunque eso pasa con todos los personajes salvo,
creo, un perrito que aparece por ahí), o se parece al pibe que
fui, y lo que sucede es semejante, al principio, a un juego
que jugamos con unos amigos a la misma edad que los
protagonistas. Ese juego no pasó de ser un juego, y terminó
pronto. Pero siempre lo recordé y muchas veces me pregunté qué
habría pasado si la agencia de detectives que inventamos se
hubiera encontrado con un caso real. En el libro le doy a
nuestra agencia la posibilidad de vivir un caso real. Y a los
personajes la ocasión de vivir o revivir historias de amistad
y de amor, algunas de las cuales sucedieron; otras no. Como
ocurre siempre el lector leerá, de todos los libros posibles
que entran en un libro cualquiera, el que más le guste.
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