¿Se acuerdan de Cenicienta,
esa pequeña harapienta
cuyas hermanas mugrientas
la trataban de sirvienta?
Pues bien, una vez casada
con el príncipe y mudada
a su palacio en Posadas
no cambió nada de nada.
Se le metió en la cabeza
el furor por la limpieza
y sale a barrer las piezas
con su traje de princesa.
Por la mañana temprano,
con un cepillo de mano,
rasquetea a los enanos
del jardín y a los gusanos
que salen a ver que pasa
los lleva hasta la terraza
para sacarles la grasa
con un trocito de gasa.
Limpia ventanas y pisos
con el piolín de un chorizo
fabricado por un suizo
coloradito y petiso.
Lava ropa, seca platos,
lustra botas y zapatos,
por la tarde baña patos
mientras encera a los gatos.
El príncipe Sinforoso,
se empezó a poner nervioso
cuando él se pone mimoso
ella se va a planchar osos.
Y es probable que algún día
le diga: “Querida mía
no soportó esta manía”
vete a bañar a tu tía