Yayael y el nacimiento de Mar

(origen Cuba)

 
 

Cuando el mundo era joven es­taba poblado por los antiguos dioses, entre ellos estaba Yaya, que era el origen de la vida, el creador.

Yaya vivía con su esposa y su pequeño hijo Yayael, que era obedien­te y hacía todo lo que se le pedía. Pero Yayael fue creciendo y al llegar a la adolescencia a menudo no esta­ba de acuerdo con lo que su padre, el gran espíritu, le decía. Se convirtió en un insolente y egoísta que sólo quería hacer su voluntad y que enceguecido por hacer su voluntad, llegaba a  faltarle el respeto a su padre.

Yaya acabó por enfurecerse: -Márchate de casa inmediatamente y no regreses hasta que pasen cuatro lunas -le ordenó, afligido.  

Pasaron cuatro meses de su partida cuando, Yayael regresó a su hogar. La furia de Yaya no se había aplacado en este tiempo y, en un estallido de cólera, mató al revoltoso joven.

Arrepentido y lleno de remordimientos, recogió los huesos de su hijo y los metió dentro de una calabaza hueca que colgó del techo de su cabaña.

El tiempo pasaba y Yaya no encontraba consuelo. Tuvo  tantos deseos de ver de nue­vo a su hijo que descolgó la calabaza en presencia de su esposa. Los huesos habían desaparecido y, en su lugar, había mu­chos peces multicolores de todos los tamaños. Les parecieron tan apetitosos y abundantes que decidieron comérselos. Pero no se acababan nunca: cuantos más comían, más aparecían. 

Una noche, cerca de la cabaña de Yaya, se oyó un alarido se­guido de otros tres. Itiba Cahubaba, la Madre Tierra, acababa de parir cuatro criaturas, cuatro gemelos sagrados.  

El primero era de piel muy áspera, al que ella llamó Demi­nán Caracaracol. Era un niño curioso y temerario, al que sus hermanos imitaban y seguían a todas partes. Como Deminán había oído hablar desde muy pequeño del miste­rioso Yaya, quiso conocer mejor su pode­roso espíritu y en cierta ocasión decidió seguirlo.

Deminán Caracaracol seguido de sus hermanos llegó a la cabaña, en la que se encontraba la calabaza mágica.

Al bajarla vieron que nadaban en ella peces de todas for­mas, tamaños y colores. Por supuesto que no pudieron resistir la tentación y se los comieron. En eso estaban, cuando Deminán escuchó un ruido y presintiendo que Yaya se acercaba quiso acomodar la calabaza en su lugar rápidamente; pero… como eran niños y estaban asustados, la calabaza se les cayó y se hizo añicos. 

Un inmenso manantial de agua brotó de la calabaza rota y cubrió la Tierra de ríos y lagos, de océanos y mares. En el agua dulce y en el agua salada nadaban peces de muy diferentes ta­maños y colores; peces multicolores, como el arco iris. Y así fue como de los huesos de Yayael nació el mar.

 

Versión: Mirta Rodriguez

 

 
     
 

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