En el bosque de los diez sabios, donde todos los secretos del mundo
se conocen, se había abierto un gran debate: el último Narrador de
Cuentos había muerto después de explicar infinitas historias y ser
condecorado en muchos países por su gran trayectoria literaria. Fue
el invitado de lujo en muchas galas y su entierro fue tan fastuoso
como su vida, aunque solo unos pocos sabían que muchos años atrás
había sido bendecido con un gran tesoro: el Saco Mágico de Todas las
Palabras Existentes, que pasaba de generación en generación a lo
largo de los tiempos.
Cada vez que el último poseedor desaparecía buscaban al nuevo dueño
por toda la tierra. Tenía que ser el más afectuoso y sensible
contador de cuentos, para que gracias al poder que le otorgaran y
sus innatas virtudes, poblase la tierra con las más bellas historias
e hiciera más llevadera la vida de todos los seres vivos.
Los Sabios hablaron, discutieron y rezaron al Señor de los Bosques
para que les otorgara el poder de la sabiduría. Después de toda una
noche de meditación, se colocaron en una de las cuevas que había en
el bosque y entrelazaron sus brazos sobre los hombros haciendo un
círculo en torno a una hoguera. Colocaron el saco al lado del fuego
y se fundieron en un ritual de cantos e invocaciones. Sus voces
subían de tono y sonaban todas al unísono. El crepitar de las llamas
ascendía provocando un humo denso que se entremezclaba con la música
de sus palabras, y les envolvía de una atmósfera fantástica. Después
de un instante, una eternidad para muchos, el Saco Mágico
desapareció. Y supieron entonces que su nuevo dueño había sido
bendecido con el poder de contar por toda la tierra sus historias.
En los círculos más altos de los hombres ilustrados era conocido el
poder que se otorgaba cada cierto tiempo a uno de ellos; pero a
pesar de que muchos lo esperaban con manifiesta ansiedad, ninguno
parecía ser el poseedor de semejante virtud. Nadie había
experimentado un cambio en la forma de contar sus historias, por lo
que comenzaron a impacientarse.
Los sabios del bosque escucharon las quejas de los hombres virtuosos
que, desconcertados, pensaban que algo había salido mal. Fue
entonces cuando decidieron hacer una búsqueda por toda la tierra
para encontrar a la persona poseedora del gran tesoro y las águilas
que tenían a su cuidado desplegaron sus alas en busca de la fortuna
perdida. Al cabo del tiempo le dieron la respuesta: el resplandor
mágico del Saco iluminaba la hacienda humilde de un viejo labrador.
-¿Cómo
ha podido llegar a las manos de un pobre hombre?
-
se
preguntaron.
-¿Qué error tan grave hemos podido cometer?
-Seguramente nos equivocamos al hacer el hechizo -dijo el Sabio de
la Noche confuso, mientras se alisaba su espesa barba blanca.
-Nunca ha habido errores -sentenció rápidamente el Gran Sabio del
Bosque-. Es la ceremonia que se hace desde tiempos remotos; antes
que nosotros la hicieron nuestros padres y antes los padres de ellos
y así durante siglos y nunca hubo error.
El más joven de los iniciados se separó del grupo, se acercó
lentamente a una de las águilas que había conocido al viejo
labrador.
-Dime ¿cómo era ese hombre? -le preguntó con voz suave.
El animal le miró a los ojos, entreabrió el pico un par de veces y
le habló en el mismo tono.
-Es un labrador con el rostro ajado y las manos callosas. Viste
ropa desgastada y cava la tierra sin parecer preocuparse de nada
más. Su cuerpo está ligeramente encorvado a causa de todo el
trabajo que lleva haciendo a diario durante muchos años. Vive en una
casita humilde junto a su mujer que tiene el mismo aspecto que él.
No tengo duda de que son gente humilde y poco letrada.
Todos se miraban preocupados sin saber que hacer hasta que el joven
Sabio de la Luz dijo que él iría hasta el poblado donde vivía el
labrador para conocer algo mas sobre la historia de este hombre.
Debían cerciorarse de que el curso tomado era el correcto y que
ninguna persona sin conocimientos tuviese el poder que correspondía
a los sabios.
Todos asintieron mientras hacía uno de sus conjuros para aparecer en
el poblado vestido como un aldeano más. Se paseó por el mercado que
desplegaban los campesinos en la plaza del pueblo y comenzó a hacer
preguntas sobre el nuevo poseedor del Saco de las Palabras.
-¿Matías? -dijo una mujer esbozando una gran sonrisa-. Es un buen
hombre…
Recuerdo un día hace ya mucho tiempo llovió tanto que nuestras casas
se inundaron y nos tuvimos que refugiar en el colegio. Los niños
lloraban asustados y entonces él comenzó a explicar maravillosas
historias. Los niños se olvidaron de la tormenta y los mayores nos
quedamos ensimismados escuchándole. Fue una noche entrañable.
-Sí, usted habla de Matías -dijo otro aldeano comprendiendo a quien
buscaba-. Todo el mundo le quiere, cuando antes del amanecer cogemos
nuestros atillos y vamos caminando hacia el mercado, él nos hace
mas corto el camino contándonos sus historias.
El sabio pasó así todo el día escuchando testimonios de sus vecinos,
que más que un viejo labrador era para ellos un apreciado contador
de cuentos.
Luego decidió visitar a Matías en su vieja casa porque quería ver
que efecto había hecho sobre él el Saco Mágico de todas las
Palabras. El campesino le recibió con mucho agrado y le ofreció una
suculenta comida cocinada a base de verduras recolectadas de su
huerto, le enseñó como araba la tierra y lo que esta producía y le
explicó todos los caminos por los que pasaba contando sus historias
a los niños y a todas las gentes que le quisieran escuchar. Cuando
volvía a su casa se sentía feliz por haber visto sonrisas en los
que le escuchaban y daba las gracias por aquel don y hacer dichosos
a los demás.
Mientras le escuchaba el sabio se dio cuenta de que Matías había
empezado a explicarle una de sus preciosas historias, las palabras
se convertían en melodía en sus labios y transformó la pequeña
cabaña en un castillo, su perro en el guardián de los secretos y a
su vieja mujer en la princesa más bella y entrañable, mientras él
fluía en lo etéreo con su voz que ya no era cansada sino
embravecida, alerta y tenaz entre las imágenes que el joven Sabio de
la Luz vislumbraba.
Le escuchó toda la noche, trepando acantilados rodeados de halcones,
surcando mares embravecidos y volando en un cielo límpido con
tímidas nubes que escogían la forma a placer, alegrando los ojos
cansados y los oídos asustadizos. Hablaba con tal énfasis y
felicidad al contar sus cuentos que el sabio se embargó de su
alegría y de su tristeza, de su emoción y de cada gesto que la cara
rejuvenecida del granjero le hacía llegar entre sus palabras.
El joven sabio salió de su casa al amanecer, centelleando a un sol
mortecino que se abría paso en el mismo cielo moteado de nubes. Les
contó a sus compañeros con gesto de emoción que el Saco Mágico de
todas las Palabras había ido a parar al más entrañable contador de
cuentos de la tierra. Algunos no le creyeron, pero tuvieron que
admitirlo cuando poco a poco todos los caminos del mundo se llenaron
de historias fantásticas y sorprendentes que los padres contaban a
sus hijos al anochecer. |