La
tía Coca, con aires de siestera ceremonia, sacó la fuente a la
ventana, bien tapadita con el repasador blanco. Detrás de la higuera
del gran patio provinciano, los sobrinos esperaban escondidos.
Era esa
mágica hora en que los adultos aflojaban un poco la disciplina,
yéndose a dormir la siesta. Sólo la tía Coca permanecía despierta,
preparando dulce de leche.
Pero no era
cualquier dulce. Ella lo hacía bien espeso, durito y azucarado para
prepararlo en barritas, a las que a veces mezclaba maní.
Cuando la tía
Coca creyó a salvo las preciadas barritas, fue a sentarse debajo del
parral, simulando un tejido. Pero los chicos sabían que el calor de
la siesta, la vencería al fin.
El sillón
dejó de hamacarse. La cabeza de la tía se apoyó en el respaldo y
entonces los chicos comenzaron a dejar la sombra protectora de la
higuera.
Pero se
necesitaba coraje para cruzar el patio, llegar hasta la ventana de
la cocina y escapar con la fuente.
Entonces la
tía Coca se despertó, acomodó su cuerpo en el sillón, y con dos o
tres hamacadas volvió a su siesta.
Los sobrinos
habían quedado congelados del susto, y todos lo miraron a Ito. Si
alguien se animaba era él. No era el mayor, pero era el de las ideas
terribles. Además, las llevaba a cabo. Ito ya no esperó . De un solo
salto hizo todo: sacar la fuente, salir corriendo y refugiarse en el
baldío de la esquina. Todos los primos lo siguieron.
Muy
contentos, se sentaron en el cordón de la vereda y se comieron todo
el dulce.
El dulce se
hizo amargo cuando los adultos se despertaron y sólo encontraron el
repasador en la ventana. Así que hubo reparto de retos y
penitencias. Pero todos los chicos hicieron causa común con Ito y
nadie lo traicionó.
Pero tía Coca
seguramente había decidido buscar mejor lugar para enfriar el
dulce, pues a pesar de que la vieron revolviendo la inmensa olla,
por dos o tres días nadie pudo descubrir el dulce.
Hasta que. .
.
El perro, el
gato y el loro, todos dormían en esa siesta especialmente calurosa.
Sólo los
primos encontraban qué hacer. Ahora estaban sacando los vidrios
de colores escondidos en el hueco de la higuera. . . cuando vieron
que . . .¡al fin! tía Coca ponía la amada fuente en la ventana.
Todos se
miraron.
- ¿Quién se
anima? Susurraron.
Pero las
cabezas dijeron que no. Aún duraba el recuerdo de la reprimenda.
En esa
oportunidad, Ito quedaba solo con su glotonería. Y las ganas fueron
más fuertes que la prudencia.
- Si no me
acompañan, el botín será para mí solo!, exclamó. Y para que nadie lo
alcanzara ( ni primos ni adultos), pasó corriendo al lado de la
fuente, de un manotazo se llenó la boca y hasta la esquina no paró.
Pero... ¿qué
le pasaba?.. . ¿qué era ese gusto extraño?... además..... ¡¡¡¡pompas
y burbujas comenzaron a salir de su boca!!!!!!
La tía Coca
tenía otra habilidad.
No sólo hacía
los dulces. También preparaba todo el jabón que usaba la familia.
Y esta vez,
lo había hecho en barritas.
. . . Había
decidido “lavar” de picardías su cocina. |