Las tres magas
que dirigen y son las responsables de 7
calderos (mágicos también, por supuesto), me
han pedido insistentemente que les envíe
algunos datos autobiográficos para
reproducirlos en su página web. A cada
pedido de ellas me he negado firmemente,
pues de mi biografía no hay nada
extraordinario para contar, nada del otro
mundo, todo común y corriente.
Pero ahora no volveré a negarme; no sea que
me hagan caso y no me insistan más,
dejándome con un palmo de narices.
Me dicen que lo que cuente podrá interesar a
mis lectores, a los docentes, a los
especialistas en literatura sobre todo
infantil y juvenil; no creo. No soy un buen
ejemplo.
De chico no leía nunca, al contrario de
tantos otros escritores que nacieron no con
el pan bajo el brazo sino con un libro y una
lapicera en la mano (hoy nacen con una
computadora). En la escuela primaria era un
completo burro, y mis composiciones servían
a los maestros para ponerlas como ejemplo de
lo que no se debía hacer. Tardé más o menos
el doble de lo que tarda cualquiera en
recibirse de bachiller, porque abandoné y
retomé los estudios media docena de veces.
Estudié medicina cuatro años, cuatro años en
primer año, porque cuando no aprobaba los
parciales me bochaban en los finales. En
fin...
En verdad hubiera preferido ser jugador de
fútbol. ¡El fútbol! ¡Eso sí que me gustaba!
Me la pasaba en la calle o en el potrero
jugando a la pelota con mis amigos o solo,
pateando contra alguna pared, enloqueciendo
a los vecinos con mis gritos y pelotazos.
Tendría cerca de veinte años cuando, con
retardo, me di cuenta de que debía abandonar
la niñez, la pubertad y la adolescencia y
convertirme en adulto; entonces dejé el
fútbol callejero y traté de hacerme
intelectual; todavía no lo logré.
¿Cómo me volví escritor? Tal vez porque a
los diecisiete años entré a trabajar en un
diario, aunque mi certeza es porque quise
imitar a mi hermano, quien me llevaba trece
años. Siendo él joven, en lugar de corbata
usaba un moño ancho de cinta negra a lo
Alfredo Palacios, y era poeta. Cuando me
llevaba a pasear, solía recitar sus versos
en voz alta, en plena calle y a todos los
que quisieran oírlo. A mí me daba una
vergüenza tremenda, no sabía dónde
esconderme. Pero sé que una vez también a mí
se me ocurrió escribir poemas. Me premiaron
(y con dinero) en tres concursos a los que
me presenté, y por muchos años no dejé de
escribir y hasta comencé a leer.
Mis primeros contactos con la literatura, no
para chicos sino para jóvenes, los tuve en
la Editorial Abril cuando me encargaron
escribir historietas. Fueron cinco años de
redactar guiones entre finales del 55 y
comienzos del 60 (hablo del siglo pasado),
pero fue un trabajo que odié. Lo odié
(siempre cuento lo mismo) porque la consigna
que me dieron mis jefes fue la de “escribir
para tarados”. Así consideraban ellos a los
lectores de historietas y así escribíamos
nosotros (éramos varios los guionistas):
“para tarados” (textos cortos, simples,
lineales, carentes de cualquier complejidad
y con suspenso). Pese al odio que me
producía la tarea, llegué a escribir más de
doscientos guiones.
Es que nos pagaban muy bien.
Se publicaron en “Misterix” y en “Rayo
Rojo”. Y durante años guardé en mi hogar
todos esos ejemplares en los que aparecían
mis historietas. Luego, asqueado, los tiré a
la basura (con el tiempo me enteré de que
“Misterix” y “Rayo Rojo” pasaron a formar
parte de la cultura y que los coleccionistas
pagan buena suma por esas porquerías. Así se
escribe la historia, y la de la literatura
también).
En la Editorial Abril conocí a Beatriz Ferro
y sus “Bolsillitos”, que por supuesto leí,
como también los de mi compañero de
periodismo y amigo Pedro Orgambide.
Fue Beatriz Ferro, precisamente, quien por
1966 me encargó los primeros cuentos para
chicos: cinco adaptaciones tomadas de las
Mil y una Noches que formaron parte de “Los
cuentos de Polidoro”, del Centro Editor; una
colección que aún se sigue vendiendo, pero
en México. Como aún se siguen vendiendo unos
cuentos con personajes de Walt Disney que
por aquellos años redacté para quien era el
representante de ese sello en la Argentina y
que Sigmar publicó. Los siguen publicando
sin cambiar nada, salvo el precio.
Hasta que un día abandoné la literatura para
dedicarme a la fotografía. Fui fotógrafo
profesional por treinta años, durante los
que ni añoré la escritura ni intenté
escribir. En cambio publiqué un libro de
fotografías: “Fotografiando en Buenos
Aires”, que fue auspiciado por el Fondo
Nacional de las Artes.
Volví al antiguo amor en el 79, a instancias
de Laura Linares, a quien (sin que nos
conociéramos) fui a ver para tratar de
interesarla por unas fotografías y que
terminó por comprarme unos cuentos que
publicó en “La Hojita” (suplemento infantil
del desaparecido diario “La Hoja”), y más
tarde en Humi. Finalmente, Graciela Montes
me abrió las puertas de la editorial a la
que ella pertenecía y me publicó cuatro
libros.
Gracias a ello sentí deseos de reingresar a
la literatura y pude volver a publicar. Así
apareció “La gallina de los huevos duros”,
que me editó Canela y lleva siete ediciones.
Pero si debo agregar algo sobre mi
experiencia de escritor, digo que la
influencia seguramente más importante que
recibí en mi vida fue la de Rabelais.
Extrañamente, leí Pantagruel y Gargantúa
siendo muy joven, puedo decir que en mis
comienzos; después no los leí jamás, como si
hubiera querido mantener el regusto que me
dejó esa primera lectura que me deslumbró
por su vigor y osadía. Recién ahora, desde
hace un par de años, estoy releyéndolos (y
la verdad es que no me acordaba de casi
nada). Pero aquella lectura, a la que no
volví por casi cincuenta años, me marcó para
siempre. Admiro la vastedad de Rabelais; fue
un pionero; se anticipó cuatro siglos al
surrealismo; se animó con la gramática, el
lenguaje y la fantasía como nadie se había
animado hasta él.
Y si esta lata no terminó por aburrir a los
lectores y alguno siente deseos de saber
algo más de mí o averiguar mi edad, que
recurra a mis siguientes libros de cuentos:
“La gallina de los huevos duros”,
“El chancho limpio” (ambos de
Sudamericana); “Amores imposibles y otros
encantamientos” (Colihüe); “Andanzas de Juan
el Zorro” (Gramón – Colihüe); “De viaje” (EDEBÉ
de España; es novela);
“Don Quijote de la Mancha” (adaptación
para jóvenes que publicó recientemente
Astralib).
Tengo en danza dos o tres títulos más, uno
de los cuales, que será de cuentos, se
publicará en el transcurso del 2006.
Horacio Clemente
Escrito por el
autor especialmente para 7 Calderos
Mágicos
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